42.- Diario de sueños - Cartas de H. P. Lovecraft II

 

Diario de sueños Cartas de H. P. Lovecraft II Colección centellas, n.º 9 ISBN: 978-84-19550-11-8 Cartoné | 22 x 14 cm 256 páginas (duotono) PVP: 27,90 € Edición y traducción de Javier Calvo 28 de febrero en librerías

Tras la publicación hace ahora un año de Escribir contra los hombres —primer volumen de las Cartas de H. P. Lovecraft donde se recogía, en selección de Javier Calvo, la correspondencia dedicada a su carrera literaria—, llega a las librerías, Diario de sueños. Cartas de H. P. Lovecraft II, un segundo tomo en el que se recogen todos los sueños transcritos en la correspondencia que ha sobrevivido del autor. La publicación de este material, hasta ahora inédito en español, se corresponde con la intención de ilustrar el origen onírico de muchos de sus relatos más conocidos, en unos textos en los que pueden distinguirse perfectamente su visión literaria y su mundo personal, destilado en imágenes y escenas extrañas. Podríamos decir que el alma de Lovecraft se trasluce en todos ellos. Completa el volumen la sección final «Las fabulosas aventuras de la Fraternidad Kappa Alpha Tau», dedicada a las misivas sobre felinos, una de sus pasiones más íntimas que muestra su lado más entrañable.

«Cuando tenía 6 o 7 años, me atormentaba constantemente una peculiar pesadilla recurrente, en la que una raza monstruosa de criaturas (que yo denominaba «descarnados de la noche»; no sé de dónde saqué el nombre) me agarraba del vientre (¿problemas digestivos?) y se me llevaba a través de incontables leguas de aire, sobrevolando las torres de unas ciudades muertas y espantosas. A continuación se adentraban en un vacío gris donde yo podía ver las cúspides afiladas como agujas de unas montañas inmensas que se elevaban muchas millas más abajo. Por fin me dejaban caer, y mientras me precipitaba al vacío como Ícaro me despertaba presa de tal pánico que no quería ni oír hablar de volverme a dormir. Los «descarnados de la noche» eran unas criaturas negras, flacas y gomosas con colas pinchudas y alas de murciélago y sin caras. [...] Solía dibujarlos al despertarme. [...] No hay duda de que derivé su imagen de mis recuerdos confusos de los grabados de Doré (sobre todo de las ilustraciones del Paraíso perdido), que me fascinaban en mis horas de vigilia.»