Julia Cruz, la mejor amiga de la juez Mariana de Marco, acaba de mudarse a un apartamento nuevo, amplio y luminoso, en uno de los rascacielos más bonitos y lujosos del barrio más moderno de la ciudad de G… Para celebrarlo, Mariana decide hacerle una visita inesperada e inaugurarlo con un brindis. Pero, al poco de llegar, una llamada al timbre interrumpe la velada, tras la puerta se encontrarán una sorpresa mortal. La que tenía que ser una noche entre amigas, se transformará en un inexplicable suceso criminal.
«Reconozco que estoy desorientada. Veamos: un asesino accede a la vivienda del señor Caldera, es sorprendido por éste husmeando en la cocina, coge un cuchillo para intimidar a su propietario, carga con la víctima hasta el ascensor, lo baja un piso, lo apuñala, lo deja en la puerta de Julia tras pulsar el timbre y sale pitando. ¿Por qué? ¿Para qué? ¿No es un asesinato perfectamente estúpido? ¿Se le ocurrió sobre la marcha? —preguntó la juez.»
La casualidad —o el destino— harán que el caso le sea asignado a la juez De Marco. Y los indicios la conducirán a investigar a los vecinos de esta nueva comunidad, donde parece que se encuentra el asesino, en la que conoceremos a personajes variopintos y a sospechosos del crimen. Una lista interminable a cuatro pisos por planta y dieciocho plantas, más locales comerciales y garaje. La policía se verá obligada a elaborar un verdadero censo de habitantes.
Uno de los puntos fuertes de la obra es la excelente caracterización los personajes, incluidos los secundarios, realistas y verosímiles. El autor carga el peso en lo cotidiano, en el tejido de relaciones, no solo entre el trío protagonista, también en los nexos entre los vecinos y entre investigadores y sospechosos.
«Esta agresión no se improvisa, no es fruto de un calentamiento momentáneo, por el cobro de una deuda, por ejemplo, o algo así. Está meditada. Lo extravagante es su desarrollo, y ahí es donde debemos confiar para esclarecerlo. Un asesinato normal no destaca por sí mismo; se esconde, por así decirlo, en su vulgaridad. El extravagante, por el contrario, señala a una personalidad singular y eso es lo que puede ayudarnos a encontrarlo. La marca del crimen delata al autor.»
La víctima Hernán Caldera, tenía en su haber una réplica del que parece ser un cuadro del pintor impresionista Monet, y este será uno de los hilos más claros de los que poder tirar. El caso se presenta especialmente complicado dado el misterio que encierra la misteriosa historia del cuadro original "un óleo de C. Monet, titulado Un rincón de Giverny". Mariana se ve desbordada por esta investigación y por el retorno de su pareja Javier, el periodista con el que ya comparte piso y que, siguiendo su olfato, querrá inmiscuirse en el caso. Ella está sumida en un mar de dudas y enamorada a la vez; no lo quiere confesar ni a Julia, su amiga del alma, antes muerta que confesar que tiene miedo.
«Ambos habían caído el uno en brazos del otro con un amor que, en su desarrollo, estaba extendiendo raíces, afincándose, afirmándose. El problema era de encaje. Cuántas veces dos personas enamoradas no consiguen llevar ese amor a su cotidianeidad. La cotidianeidad en el amor ha de ser lo contrario de la rutina, pero sobre todo ha de ser lo contrario del egoísmo: cuando dos partes se juntan, cada parte aporta lo positivo y lo negativo de sí misma, o lo fácil y lo dificultoso; el nudo amoroso es firme, pero el dilema es apretar o aflojar demasiado ese nudo que se renueva a diario, como quien se viste todos los días. A ambos, a Mariana y a Javier, la convivencia les había cogido de improviso.»
Mariana de Marco alcanza su 8º caso con fuste
Uno de los méritos de Guelbenzu es el de haber creado un personaje en constante evolución personal. A la juez Mariana de Marco, le apasiona la novela de intriga del XIX y el jazz, lectora de Wilkie Collins y admiradora de Thelonisu MOnk. En el caso que nos ocupa, cumpliría cuarenta y seis años, se mantiene en buena forma gracias al ejercicio, especialmente a la práctica del running y la natación. Su aspecto —alta, fuerte, grande pero muy bien formada, más atractiva que guapa— resulta incluso intimidante, pero sólo hasta que el trato personal y su condición de persona recta y activa rompen el recelo o el embeleso de sus colaboradores. Los hombres la aprecian. Es sociable, tiene sentido del humor, suele caer simpática, sobre todo fuera del Juzgado, y posee unos grandes ojos castaños que utiliza sin vergüenza.
La Mariana habitual, siempre está dispuesta a la broma y a los comentarios maliciosos, decidida y alegre fuera del Juzgado, seria y profesional dentro y, a pesar del agobio de trabajo, vocacional. Esa vocación es la que consigue el respeto que se le tiene, por encima de envidias, zancadillas, apetencias rijosas de magistrados que ya se han despedido de la virilidad, reticencias de la policía y expresiones de escándalo por su vida desenfadada. Si supieran que, además, por las noches le da al whisky con soda…
«Yo soy una juez vocacional y lo sabes, pero echas una mirada alrededor, a la gente y a la judicatura misma, y te preguntas si merece la pena esta dedicación. Estoy en una de esas temporadas en que amas más a tu perro que al género humano. Y eso que no tengo perro. Es peor ser juez que ser cura porque al menos éste puede dar la absolución, pero yo...» En El asesino desconsolado Guelbenzu muestra una amistad sin fisuras entre Mariana y Julia, quien además tendrá una implicación directa en la investigación, al aparecer el cadáver en la puerta de su casa. A través de la voz de Julia el lector podrá acceder a las emociones de la juez.
«Yo sé que tiene miedo, y eso le produce un vértigo que, a veces, no consigue alejar de sus sentimientos; además, yo ahí no pinto nada, no tengo chance. ¿Qué haces en una situación así? Compañía, pura compañía y esperar a que se decida a hablar. Si da pie a compartir, se abre un hueco; si no, nada.»
Aplaudida por la crítica y los lectores
«La figura de Mariana es como un obús lanzado contra la línea de flotación de las tradicionales novelas del género.» Lluís Satorras, Babelia
«No es de la normalidad vulnerada de lo que Guelbenzu habla, sino de que la normalidad es un frágil decorado que los deseos y los crímenes acaban mostrando en su radical fragilidad.» Joaquín Arnáiz, La Razón
«Otro estupendo whodunit (o quiénlohizo) de Guelbenzu, cuyo misterio resuelve la cada vez más atractiva jueza Mariana de Marco.» Manuel Rodríguez Rivero, El País
«Confirma su dominio del género policiaco, en el que mezcla sabiduría y amenidad.» Javier Goñi, El País
«Guelbenzu prueba con brillantez su maestría en el dominio del oficio. » Ángel Basanta, El Mundo
«Resulta refrescante en la manera como da cachetes a lo políticamente correcto, entregándose a la calidad de las contradicciones personales y con valiente ironía hacia las convenciones.» José María Pozuelo Yvancos, ABC
«Desde la publicación de su primera novela policíaca, José María Guelbenzu está demostrando que es un pilar de este género, un autor al que conviene seguir.» La Vanguardia
«Encontramos a la juez reflexionando sobre la condición humana, y muy particularmente, en este caso, sobre los perversos lazos que ligan vida, azar y destino. Temas muy característicos de la narrativa de Guelbenzu, que aborda aquí con la inteligencia que lo caracteriza y con toda la finura y la elegancia de su tan personal escritura.» Ana Rodríguez Fischer
«Guelbenzu nos está ofreciendo, tras una apariencia de normalidad, una verdadera literatura de la sospecha.» Joaquín Arnáiz, La Razón