En uno de los muchos cuadernos de dibujo que el pintor Manuel Alcorlo guarda en su estudio aparecen una serie de mujeres desnudas, codeándose con diferentes animales de compañía, en una suerte de refinada simbiosis bestialista. A partir de ese material gráfico, Luis Alberto de Cuenca asumió el reto de redactar una historia poética en veinticinco brevísimos capítulos. Hay dos protagonistas: un vampiro —alter ego del poeta, que es quien monologa de forma fragmentaria en cada uno de estos recortes líricos— y una mujer —insignia casi abstracta de todas las mujeres— que permanece en silencio. El resultado es tan original como sorprendente. Un auténtico regalo para los sentidos confeccionado con el amor inmortal que acostumbran a poner en todas sus obras los vampiros.
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