Nacido en el seno de una familia muy humilde, al inicio de la guerra civil española Enrique Calcerrada Guijarro contaba con apenas dieciocho años. Al acabar la contienda, cruzó los Pirineos hacia un exilio que no imaginó ni en sus peores pesadillas. Estuvo entre los refugiados en los campos franceses, donde vivió en unas condiciones infrahumanas aun sin saber que aquello solo era el principio de sus penurias, mucho mejor que el infierno que le esperaba.
A comienzos de la Segunda Guerra Mundial, capturado en Saint Dié, en los Vosgos, lo trasladaron como prisionero de guerra a un stalag. En septiembre de 1940, los acuerdos firmados entre Hitler y Franco propiciaron que los republicanos españoles perdieran su condición de prisioneros de guerra y fueran enviados a campos de concentración nazis. Así fue como, en enero de 1941, lo deportaron al campo de Mauthausen, y más tarde a Gusen. Liberado finalmente por las tropas estadounidenses el 5 de mayo de 1945, sería repatriado a Francia, donde pasado un tiempo pudo recuperar sus derechos como ciudadano. Comprometido durante el resto de su vida con los deportados y fiel al juramento de los supervivientes, en los años setenta del siglo pasado escribió este testimonio. |
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