Finalizada la guerra, un grupo de hombres armados detiene inesperadamente a los padres y tíos de Bruno y Silvina. Cuatro niños y un bebé se quedan solos e indefensos en la casa que comparten sus familias, abandonados a su suerte en una ciudad hostil en la que los ciudadanos se vigilan unos a otros desde las ventanas pues se habían convertido "en una pantalla panorámica que mostraba el interior de las estancias. Los gusanillos que habían sostenido visillos aún colgaban de sus clavos, inútiles; las barras sobre los tambores de las persianas mantenían sus anillas polvorientas sin cortinas que correr y los movimientos de los habitantes de cada casa eran accesibles para cualquier curioso. Los ciudadanos estaban obligados a no tener nada que ocultar, ni siquiera su propia desnudez". Ahora "solo se es libre encerrado en un lugar sin ventanas."
Bruno y Silvina, acompañados por el fantasma de la pequeña Alicia, desaparecida en un bombardeo, luchan por sobrevivir, cuidar del bebé, de sus primos pequeños y encontrar a sus padres, pese a que la cobardía de vecinos, allegados y desconocidos los va empujando a un callejón sin salida.
La falta de solidaridad hace de los débiles un blanco fácil. Basta un paso en falso para reducir nuestras expectativas de la vida a la estrechez de la mirilla de un fusil. |
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