Para algunos los Fritz son una secta. Para sus miembros, son como una familia. En su seno han encontrado el acomodo, el cariño y la protección que fuera no tenían. Surgida en los años setenta, esta comunidad-santuario donde todos sus miembros visten con unas sencillas prendas blancas —que ellos mismos producen y comercializan— viven al margen de lo que para ellos es una sociedad pecaminosa y consumista que esclaviza a sus miembros.
Una noche, un incendio en la casa que la comunidad tiene en los montes de Irún obliga a intervenir a los bomberos, quienes hallan el cuerpo sin vida de una niña de catorce años amordazada. Nadie parece haber visto nada, salvo un testigo silencioso. Él sí vio cómo antes de las llamas cinco encapuchados vestidos con túnicas negras rodeaban el cuerpo de la joven que se desangraba en el suelo. Pero no puede hablar. El silencio impuesto por la familia se lo impide. De quebrantar las normas, podría acabar en la celda.
Cuando el homicidio llegue a la Sección de Casos de la comisaría de la Ertzaintza, el cuerpo se verá obligado a lidiar contra el hermetismo de los Fritz y las estrictas normas que los gobiernan. Pero solo una persona está preparada para afrontar una investigación de este calibre: la experimentada oficial Lur de las Heras, de baja a causa de una enfermedad que paraliza su cuerpo.
A pesar de su dificilísima posición, la oficial De las Heras aceptará incorporarse solo bajo ciertas normas. La primera, incorporar al equipo a una patrullera llamada Maddi Blasco, una joven avispada y entusiasta que acabará por ser un inestimable apoyo para Lur. Estas dos mujeres, valientes, inteligentes y sensibles, pelearán hasta el final para averiguar quién está detrás de este homicidio. Y deberán darse prisa y hacerlo antes de que vuelva a derramarse sangre inocente. Lucharán así contra la jerarquía y las normas establecidas tanto dentro de la comunidad como en el propio cuerpo policial. |
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