¿Cuántas veces en el último año te has asomado a una ventana? En esta novela hay muchas ventanas. En una de ellas anidan unos cernícalos y, al otro lado del cristal, los observa una pareja que acaba de mudarse y admira asombrada como ese par de aves se cuidan y forman un nido. No muy lejos de allí existe otra ventana a la que nadie se asoma. En esa casa reside un artista confinado en una silla de ruedas. De tanto en tanto lo visita una curiosa periodista que pronto aprenderá una gran verdad: si nos fascina ver volar a las aves es porque no podemos vivir sin alas. Dos historias paralelas que se entrelazan para recordarnos la importancia de las cosas sencillas en un mundo cada vez más ensordecedor. Sofía acaba de trasladarse con Pablo, su marido, a una casa con vistas. Desde la ventana de la cocina se ve toda la ciudad y un cielo inmenso que surcan bandadas de pájaros, pero lo que más le fascina se encuentra en un rincón de la jardinera. Allí, junto al alféizar, ha anidado una pareja de cernícalos. Agobiada por una mudanza que se eterniza, los cambios vitales y la ausencia repentina de Pablo, Sofía buscará consuelo en esas pequeñas rapaces, que se aman, se cuidan y alzan el vuelo juntas. No muy lejos de la ventana de los cernícalos, una periodista se sienta junto a la silla de ruedas de J para conocer la historia de ese artista, apasionado por la naturaleza, que quedó inmóvil tras un accidente. Compartirán anécdotas del pasado y del presente, reflexionarán sobre la vida, el dolor y la muerte, incluso escribirán juntos un blog como memoria de un hombre que amaba la primavera por encima de todo…, hasta que ya no pudo disfrutarla. |
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