La diagonal Alekhine arranca en 1939, cuando el protagonista, que ya tiene 47 años y es campeón mundial, abandona Sudamérica para regresar a una Europa en la que acaba de estallar la II Guerra Mundial. A sus espaldas no sólo deja una larga serie de éxitos en los torneos de ajedrez, sino también una vida de hoteles de lujo -y de abusos alcohólicos-, tan sólo empañada por las presiones que recibe para que conceda la revancha a quien, en opinión de muchos, debería ser el auténtico poseedor del título mundial: J.R. Capablanca.
El alcohol y los remordimientos no tardarán en destrozar física y psíquicamente a Alekhine, que además empieza a acusar la locura que suele asaltar a las personas con una actividad cerebral excesiva. Sí, el campeón del mundo está enloqueciendo y, entre otros delirios, cree recibir visitas de los fantasmas de los ajedrecistas judíos exterminados por el ejército con el que él ha colaborado. En una desesperada búsqueda de redención, huirá al único territorio neutral del viejo continente, España, donde vivirá dos años antes de que los servicios secretos soviéticos dedican acabar con él.
Alekhine visitó España en varias ocasiones. En La diagonal Alekhine, Arthur Larrue se centra en dos de sus viajes: el primero se produjo poco después de la publicación de un polémico artículo sobre la supuesta inferioridad de los judíos en el ajedrez. El ejército alemán le permitió participar en torneos por ese territorio neutral que era la península, y fue en Madrid donde concedió una entrevista a Valentín González, periodista de Informaciones , en la que explicó que los jugadores arios se caracterizan por su agresividad, mientras los judíos lo hacen por su conservadurismo, lo cual era, en su opinión, algo así como deshonrar el arte del ajedrez. El segundo viaje se produjo en 1943, cuando la balanza de la guerra empezaba a inclinarse hacia el bando soviético, y se prolongó durante dos años.
Durante ese periodo, Alekhine llevó un diario en el que dejó buena cuenta de sus gravísimos problemas de salud, que provocaron su ingreso en un hospital, y de su arrepentimiento por haber escrito un artículo que habría de manchar su reputación para siempre.
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