Si bien siempre ha sido complejo vivir del arte, el ecosistema ha cambiado mucho en las últimas décadas. La muerte del artista supone una evaluación del estado de la economía del arte del último medio siglo, y muestra cómo el sistema actual enriquece a los gigantes tecnológicos, mientras empobrece a casi todos los demás.
Existen dos relatos sobre ganarse la vida como artista en la era digital. Uno surge de Silicon Valley: «Nunca ha habido un mejor momento para ser artista. Si tienes un ordenador portátil, tienes un estudio de grabación. Si tienes un iPhone, tienes una cámara de cine. Y si la producción es barata, la distribución es gratuita: se llama Internet. Todo el mundo es un artista; simplemente explote su creatividad y publique sus cosas». El otro relato proviene de los propios artistas: «Claro, puedes poner tus cosas ahí, pero ¿quién te va a pagar por ellas? No todo el mundo es un artista. Hacer arte lleva años de dedicación y eso requiere medios de apoyo».
Estamos en medio de una transformación de época. Si los artistas fueron artesanos en el Renacimiento, bohemios en el siglo XIX y profesionales en el XX, actualmente está surgiendo un nuevo paradigma, un cambio en las ideas fundamentales sobre la naturaleza del arte y el papel del artista. En la era de la sociedad digitalizada y de libre acceso a mucho contenido, cada vez queremos pagar menos por los productos artísticos, despreciando así el trabajo y el esfuerzo que requieren.
Pero también hay en este ensayo una crítica constructiva, que ahonda en ideas para que el arte y los artistas no mueran para siempre. «Para solucionar la economía del arte tenemos que enmendar toda la economía. Lo que significa que, dado que la única respuesta efectiva al poder de la riqueza concentrada es el poder de la acción coordinada, tenemos que organizarnos”.
La muerte del artista es una profunda y rigurosa investigación basada en entrevistas con artistas de todo tipo, en la que los lectores jóvenes encontrarán un grito de guerra para continuar creando a pesar de todo
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