Título: «Las efímeras»
Autor: Pilar Adón
Editorial: Galaxia Gutemberg
240 Páginas
por Ángeles López.
Agobiante, densa,
perturbadora, opresiva... Su atmósfera puede remitirnos a «¿Qué fue de Baby
Jane?» pero resulta más gráfico una imagen más bárbara: un puñado de felinos
encerrados en un saco, antes de ser arrojados al río. Ésa es la sensación que
deja en los huesos las páginas de esta maestra de extrañezas; fiera poeta,
narradora extrema y magnífica traductora para la editorial Impedimenta. Acaso,
sin temor a equivocarme, una de las diez voces más interesantes del panorama
actual. Como García Márquez con su Macondo, Faulkner con su condado de
Yoknapatawpha o Benet con Región, Pilar Adón ha creado la comunidad de la
Ruche, una colectividad utópica basada en la libertad y la autorregulación que
terminará por contaminarse. El idílico paraje en medio de ninguna parte se ve
intoxicado por la dependencia que sufren sus personajes, hasta resultar violenta,
asesina se diría. Las relaciones humanas son posesivas y bien lo sabe la autora
de «Las hijas de Sara». Por ello vuelve a profundizar en la fiscalización de
las emociones, las convivencias tóxicas, la imposibilidad de escapar de
nuestros miedos hasta proyectarlos en otros.
La impresión que
provoca es la misma que secarse con toallas mojadas. Su escuadra narrativa no
hace pie por ningún flanco, porque es difícil encontrar argumentos de saldo en
sus páginas. Toda su prosa genera la misma melodía introspectiva y lacerante,
llamada a despertarnos del letargo: Violeta, encerrada con su dominante hermana
en un cuartucho hediondo; Dora, intentando evitar que se fugue con un solitario
joven del bosque, acosado por su pasado familiar. Alrededor de los tres palpita
una comunidad con forma de colmena abandonada, donde sus pocos miembros se
retiran a vivir como eremitas, en un intento de no juzgarse, pero nada es lo
que parece. Porque el territorio de esta novela es el de aquello que nos
confesamos pero nunca afrontamos ante terceros. Demasiado material en
descomposición que no proviene sólo de los muchos invertebrados que aparecen
–avispas, orugas... El propio título alude a un insecto que tiene el ciclo
vital de un único día–, porque la naturaleza es la principal protagonista. El
resultado es una novela dura como el mármol y permeable como la arcilla, que
avanza deliberadamente morosa con una gracia indefinible que sólo el agua
posee. En ocasiones, como si de un arroyo en pleno deshielo se tratara, otras
como el sirimiri, y las más de las veces como la cáustica gota malaya.
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