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El 4 de noviembre de
1979 una riada de iraníes, en gran parte estudiantes, irrumpió con violencia en
la embajada estadounidense de Teherán. La decisión de las autoridades
estadounidenses de acoger al anterior líder del país, el Sha, considerado
prófugo de la justicia por la teocracia encabezada por el ayatolá Jomeini, había
sulfurado los ánimos y con este asalto se buscaba exigir su extradición. Como
medida de fuerza, retuvieron a docenas de ciudadanos americanos durante un
angustioso cautiverio que se prolongó a lo largo de 444 días. Sin embargo, seis
de ellos consiguieron escapar de las gigantescas y laberínticas instalaciones
hasta llegar a los dominios de la embajada canadiense. Una vez ahí fueron
repartidos en diversos domicilios particulares en los que permanecieron
escondidos, confiando, como todo el mundo, en una pronta resolución del
conflicto. La prolongación indefinida de la crisis, que tuvo en vilo a la
comunidad internacional, hizo entrar en escena al agente de la CIA Antonio
Mendez, un excelente dibujante especializado en falsificación de documentos y
cambios de identidad por medio de disfraces.
El cerebro de aquella
operación, que irónicamente no se le ocurriría al más ingenioso guionista de
cine, relata los pormenores de tan peligrosa locura, permitiendo entrar al
lector en la cocina de la CIA y de Hollywood, a partir de su histórica alianza,
la cual mezcló a agentes especiales con creadores de efectos especiales, a
espías y falsificadores con maquilladores.
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