“Elige la vida, elige un empleo, elige una carrera, elige una familia...” Cualquiera con un mínimo de inquietudes fílmicas sabría decir a qué archiconocida película pertenece esta frase tan trillada. Y es que la hayamos visto o no, nos la sabemos de memoria, porque la seguimos al dedillo. Según nuestras normas sociales, esta cita define la "felicidad", y hará que sintamos que nuestra vida es la hostia. Dos másteres, el curro de nuestros sueños, pareja, perro, hijos. Y haremos alarde de este proceso de búsqueda de la felicidad en Instagram, Tick-Tock, Facebook… mientras engullimos las nuevas series de Netflix, Amazon Video, Disney+, HBO… Y subrayo el "mientras", porque ya no sabemos mirar una puta peli sin estar al tanto de las notificaciones de nuestro móvil. ¡Nos quema la mano! ¡Perdemos el momentum del posteo!
Elige un corte de pelo, elige el Satisfyer, elige pagar a plazos una bicicleta estática por si hay recaída del coronavirus en octubre (o en julio). El poder nos clasifica por nuestras experiencias y por lo que consumimos: carreras, viajes a Tailandia, fotos con las salchipiernas en la playa... Somos felices o infelices; normales o anormales; heteros u homosexuales; sanos o enfermos; cuerdos o locos. Y nos ajustamos de manera ordenada a los modelos que nos va marcando cada temporada. ¿Estamos tarados si no los reproducimos como toca? Pero ¿qué narices es la locura si cada tiempo estigmatiza unos comportamientos? El poder necesita controlar nuestras vidas, nuestros cuerpos, para que no nos salgamos de la norma; y la mente del loco hace precisamente lo contrario, es la mente del rebelde, el extravagante, el inadaptado.
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