Precisamente allí me encontraba el 29 de marzo de 1957 degustando el 5372avo cruasán de mi existencia (empecé tarde con los cruasanes pues al principio mis medios no me permitían más que las tostadas), cuando ―pero antes tengo que completar los datos que estaban facilitando sobre mi alimentación: esas medias no incluyen el sábado, ya que el sábado me permito alguna licencia. Me permito el azúcar, el almidón, el ácido yodhídrico, el anhídrido sulfuroso, etc…, cosas todas ellas que me prohíbo el resto de la semana.
Mi vida en cifras se parece a los intentos autobiográficos del autor, serios o no… En principio, bajo la forma de una oda a las matemáticas en la que todo es un pretexto para las piruetas algebraicas, en la que el recuento obsesivo (del número de horas trabajadas a la cantidad de cruasanes ingeridos) marca la eggsistence del narrador; luego, bajo la forma de una ficción inconclusa, la Autobiografía amañada. Todo describe una existencia banal finalmente perturbada por la locura creativa.
La locuacidad de Queneau, una oscilación permanente entre sueño y realidad, entre literatura y lenguaje oral, nunca se separa de un humor erudito destinado a deleitarnos. El Colegio de Patafísica que Queneau integró, junto con Boris Vian o Max Ernst, no está lejos. Cada texto, repleto de picardía, despedaza el punto de vista tradicional y educado, y constituye una mirada nueva del mund
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