« Al final del siglo XVIII la medicina corta definitivamente las amarras que la mantenían anclada a las ideas clásicas: las teorías de los cuatro humores del cuerpo y la diferenciación entre médicos y cirujanos. A los primeros, hombres de alto abolengo, se les consideraba filósofos depositarios de un saber médico ancestral. Los segundos, humildes trabajadores manuales, tenían mala fama, no contaban con una formación reglada y cargaban con la responsabilidad de luchar cara a cara con la muerte. El protagonista descubre que la vida consiste en tener un objetivo, un sueño, y perseguirlo. Aferrarse a él, aunque todo esté en contra, disfrutar el momento de estar a punto de lograrlo, seguir peleando cuando se nos resiste. Los sueños pueden cambiar, transformarse y ampliarse, pero siempre tienen que estar ahí. Sin ellos, la vida no sería más que un trance del que nadie podría salvarnos, ni siquiera el mejor de los cirujanos.»
Luis Zueco |
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