Este libro no se habría escrito si Donald J. Trump no hubiera sido elegido presidente en noviembre de 2016. Como muchos estadounidenses, me sorprendió el resultado y me preocuparon sus implicaciones para Estados Unidos y el mundo. Fue la segunda gran sorpresa electoral de ese año; la primera fue la votación en Reino Unido para abandonar la Unión Europea el mes de junio anterior.
Trump representaba una tendencia general de la política internacional hacia lo que se ha dado en llamar nacionalpopulismo. Los líderes populistas tratan de utilizar la legitimidad conferida por las elecciones democráticas para consolidar su poder. Afirman defender una conexión carismática directa con «la gente», que a veces se define en términos étnicos que excluyen a gran parte de la población. No les gustan las instituciones y buscan socavar los controles y contrapesos que limitan el poder personal del líder en una democracia liberal moderna: los tribunales, el parlamento, los medios de comunicación independientes y una burocracia no partidista.
En algún momento a mediados de la segunda década del siglo XXI, la política mundial cambió drásticamente. Desde entonces, ha estado guiada por demandas de carácter identitario. Las ideas de nación, religión, raza, género, etnia y clase han sustituido a una noción más amplia e inclusiva de quiénes somos: simples ciudadanos. Hemos construido muros en lugar de puentes. Y el resultado es un creciente sentimiento antiinmigratorio, además de agrias discusiones sobre víctimas y victimarios y el retorno de políticas abiertamente supremacistas y chovinistas.
En realidad, aunque cuestiones tales como el desencanto económico o la marginación laboral influyan, el populismo nacionalista surge de la demanda de reconocimiento y, por lo tanto, no puede esperarse que desaparezca cuando la economía mejore o disminuya el desempleo. La reivindicación identitaria, que muchas personas sienten que las democracias liberales no atienden adecuadamente, no es algo que podamos ignorar. Podemos utilizar la identidad para dividir, pero también para integrar, como se ha hecho en el pasado, y ése será, al final, el remedio contra la política populista de nuestros días.
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