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A
mediados de los años cincuenta, Jean Genet, de cuarenta y cinco años, conoce
al jovencísimo acróbata de suelo y malabarista Abdallah Bentaga. Muy pronto
lo convierte en su amante y en su protegido, incitándolo a transformarse en
un funambulista, es decir, el acróbata de más prestigio, el artista de circo
de mayor gracia y elegancia, pero también el más cercano a la muerte. Vive
con él una bellísima historia de amor y un periodo enormemente creativo. Y
para él escribe este texto, un largo poema de amor en prosa y, además, una
suerte de teoría estética: variaciones sobre una dramaturgia del circo, el
teatro y la danza; reflexiones sobre el artista en el mundo, la soledad y la
ambivalencia del actor; el ir y venir entre el olvido y la gloria, la luz y
la sombra, la apariencia y la realidad. Como el cable de acero del
funambulista, Genet tensa las palabras, las hace brillar, las destila para su
amante, y escribe uno de sus textos más perfectos.
Tras una grave caída en un espectáculo, Abdallah abandonó la
acrobacia y, al poco, Genet, en cierto modo, lo abandonó a él. Sintiéndose
fracasado, el joven funambulista se suicidó en 1964. Genet, que se
consideraría responsable el resto de su vida, fue precisamente quien encontró
el cadáver junto a la policía, alertada por los vecinos… y sólo después del
entierro, cuando volvió a su hotel, pudo llorar. Hacía treinta años que no
lloraba.
Traducción de Regina López Muñoz
14 × 21,5 cm / 56 páginas / 8,50 € / 978-84-16544-11-0 En librerías a partir del 7 de noviembre 2016 |
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Fue novelista, dramaturgo y poeta. De padre desconocido y
abandonado por su madre a los pocos meses de nacer, pronto fue entregado a
una familia de acogida. Desde pequeño tuvo conciencia de no pertenecer al
mundo que se le ofrecía y comenzó muy pronto a enfrentarse a él: cometió su
primer hurto con diez años y, tras varios robos y fugas, fue encerrado en la
colonia penitenciaria de Mettray —donde cristalizaron sus tendencias
homosexuales—. Fue desertor del ejército, vagabundo y ejerció la
prostitución. Comenzó a escribir en la cárcel y en sus obras desarrolla una
hagiografía de su propia vida y la de sus compañeros de aventuras. Sartre le
dedicó un voluminoso estudio, y frecuentó a Giacometti, Foucault, Derrida y
Brassaï. Entre sus principales obras publicadas en castellano se encuentran: Santa María de las Flores,
Pompas fúnebres,
Querella de Brest
y Las criadas.
Hasta la fecha, Errata naturae ha publicado tres de sus obras: Milagro de la rosa, El enemigo declarado y El niño criminal.
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