LA
ACÚSTICA DE LOS IGLÚS
Autora: Almudena Sánchez
Editorial: Caballo de Troya
Nº de páginas: 158
Eduardo Cruz Acillona
“La ficción no es palpable” es una
lapidaria frase que se cuela por entre los párrafos de uno de los relatos de La acústica de los iglús. La contundente
y obvia verdad que encierra se ve negada precisamente en los propios relatos
del libro, donde la autora tiene la habilidad de hacernos absolutamente
palpables todas y cada una de las ficciones que nos plantea.
Y lo hace apoyándose no tanto en lo
que cuenta sino en cómo lo cuenta, sacrificando la acción en beneficio de la
reflexión, de la descripción tanto de paisajes como de sentimientos con frases
que bien pudieran funcionar como aforismos independientes, tan sonoras como
llenas de verdad, del tipo “Lo peor de la vida sucede en los gerundios” o “Los
hospitales son el futuro de casi todo el mundo” (ambas en el primer relato, “La
señora Smaig”).
Almudena Sánchez, en su debut
literario, nos sorprende por la habilidad en crear atmósferas sugerentes,
originales, arriesgadas, a partir de elementos y planteamientos a priori
sencillos. Y lo hace de manera exquisita, avanzando trazos entre el paisaje y
los sentimientos, entre las reflexiones y las imágenes oníricas, entre la
valentía frente a lo desconocido y la seguridad del estilo, con la precisión y
el ritmo adecuados en cada caso, logrando que el lector transite por el camino
y a la velocidad que ella desea. Cada relato es una invitación al encuentro con
las palabras, a detenerse y deleitarse con los pequeños detalles como este que
aparece en el relato “El frío a través de los engranajes”: “Mamá era una
imagen. Un par de ojos que se reflejaban a través del espejo retrovisor (…) Era
un espectáculo maravilloso. Un fotograma de cine”. Es tan sólo un ejemplo, pero
suficiente como para afirmar que aquí se nota la enseñanza, la mano, el aire
inspirador de un maestro como Eloy Tizón. Tras la lectura de La acústica de los iglús no es difícil
llegar a la conclusión de que Almudena Sánchez es, sin duda, una de sus más
aventajadas alumnas.
En estos diez relatos están
concentrados la inocencia y la senectud, el amor y el dolor, el desengaño y la
huida, la enfermedad y la amistad, la música y la distopía, el humor y la
rebeldía, la felicidad y la impotencia. Y delante de esa colección de telones
de fondo, una sucesión de historias que sorprenden por lo original, por lo
escueto de su planteamiento y por la profundidad de su significado.
Enlazando con el principio, otra de
las frases que Almudena Sánchez acuña en el libro es “La ficción no es
rentable”. Quizás no lo sea si nos referimos a ella en términos meramente económicos,
que no lo es (y aquí podríamos actualizar y generalizar a toda España aquel
“Escribir en Madrid es llorar” de Mariano José de Larra), pero desde el punto
de vista afectivo, el lector no podrá encontrar mayor rentabilidad (por no
hablar de satisfacción) en un primer libro de relatos como este.
ENTREVISTA A ALMUDENA SÁNCHEZ
“En la escritura no se puede fingir”
Si,
como afirma Eloy Tizón en la cita que abre el libro, “Hablar es un acto de
desesperación”, ¿qué significa para usted escribir?
Me
gusta mucho la cita de Eloy (pertenece a su genial libro Técnicas de
iluminación) porque creo que abarca el término “expresión”. Expresarse ya
es un acto de desesperación. Vivimos, en cierta manera, buscando huecos a
través de los que interpretar el mundo. Esto es así. Y para mí, la escritura es
un hueco fundamental. Es mi escondite: el lugar donde experimento una absoluta
libertad y curo mis heridas (como una especie de madriguera).
¿Cómo
surgen sus historias? ¿De dónde procede esa primera idea que da como resultado
un relato?
Mis
historias tienen un componente autobiográfico fuerte. Surgen de recuerdos que
no me puedo quitar de la cabeza. Y de una adolescencia fatal. Partiendo de ahí,
he construido la mayoría de mis relatos. Por ejemplo, en El nadador de Hotel
Minerva hay un ciego que nada en una piscina abandonada. Bien, pues yo he
pasado parte de mi adolescencia en esa piscina. Y veía al ciego, nadando de un
lado para el otro, sin sentido alguno.
¿De
verdad que son comparables “el canto de la chicharra” con “la acústica de los
iglús” como usted enumera en el relato “El triunfo humano”?
Son
dos ideas contrarias: la acústica de los iglús es un sonido —imagino—
elegante, delicado, que casi produce escalofríos. Y el canto de la chicharra es
un grito molesto, repetitivo, veraniego y pachanguero. Me interesaba mezclar
esos dos conceptos porque creo que entre ellos está la vida. Nuestra vida. ¿No
se mueve entre esas dos corrientes?
En
El arte incrustado aparece un
boomerang que no vuelve tras ser lanzado, quizás, como apunta la joven
protagonista, porque no sabe lanzarlo correctamente. ¿Cuánta metáfora contiene
ese boomerang?
El
arte incrustado habla de la pérdida. De la primera vez que
pierdes a alguien de verdad y sabes que no va a volver. C'est fini. El
boomerang, por lo tanto, simboliza esa inexperiencia de juventud; la impotencia
de saber que una persona importante no volverá a ti de nuevo.
En
“El triunfo humano”, una de las protagonistas le pide a una conocida actriz que
le enseñe a fingir. ¿Se aprende a fingir escribiendo o uno tiene que venir ya
aprendido?
Se
aprende a fingir en la vida, eso creo. En la escritura no se puede fingir,
porque se nota. Hay que ser auténtico: nosotros, escritores, con nuestras
obsesiones, neuras y valentía. En la vida, desde luego, hay que fingir
bastante. Y supone un desgaste muy grande: monumental.
“…y
me trago un par de lágrimas, que es el oficio más inútil del mundo”, se afirma
en uno de sus relatos. Llama la atención, y quizás es una constante en todos
los relatos, la importancia que le da a los sentimientos y las reflexiones de
los personajes…
Las
emociones y los sentimientos me parecen lo más importante en la vida. Sin
nuestra burbuja emocional no somos nada. Precisamente, admiro mucho a la
escritora Clarice Lispector por eso. Me parece una maestra, una artista total
en el manejo de las sensaciones. Ella busca dentro de sí misma y descubre un
mundo interior extraño y fascinante. Es un camino —el de
Lispector— que me atrae mucho y trato de
acompañarla, con humildad, en esa búsqueda.
Incluida
en la antología de nuevos narradores Bajo
treinta (Ed. Salto de Página, 2013), ¿cree en eso que se da en llamar
“generación”?
No
percibo que ahora mismo haya una generación literaria. Es decir, no estamos
siguiendo un estilo común, ni una estética concreta, ni siquiera nuestros temas
se parecen. Somos jóvenes escritores con distintas inquietudes. La antología de
Salto de Página sirvió para darnos a conocer y Juan Gómez Bárcena (antólogo)
realizó un trabajo valiente y necesario, pues es muy difícil asomar la cabeza
en un mundo en el que la cultura importa cada vez menos y llevamos a cuestas
una crisis que ya dura... ¿cuánto? Calculo que hace más de ocho años que está
ahí.
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