Cuatro poetas recién traducidosby CaoCultura |
News of the World. Philip Levine. Traducción de Juan José Vélez Otero. Valparaíso Ediciones. Granada, 2016. 153 pp.
News of the World –el traductor ha optado por conservar el título original– fue el último libro de poemas publicado en vida, en 2009, por el norteamericano Philip Levine (1928-2015), y es sin duda un digno corolario de su obra, a la vez que un cumplido ejemplo de las razones por las que este poeta en lengua inglesa apela muy especialmente al lector español, a quien seguramente no dejarán indiferente los intensos poemas que este autor dedicó, no sólo a la idea de España como símbolo y marco de algunas de las grandes conmociones ideológicas del siglo XX, sino también a escenas concretas de la vida española sorprendidas en la calle y con las que este poeta de orígenes obreros establece una palpable relación emocional. Más allá de este factor, digamos, de afinidad coyuntural con los lectores de determinado ámbito geográfico y cultural, la poesía de Levine es una decantación original de una de las grandes tradiciones actuantes en las literaturas en lengua inglesa de su tiempo: el realismo urbano, expresado en un matizado lenguaje conversacional que, en su caso, no excluye la posibilidad del adjetivo sorprendente, del destello imaginativo, de la interiorización emotiva. Nada más alejado de lo que en algunos ámbitos se entiende por “poesía social”, y que tiene aquí su mejor expresión en poemas como “Días de biblioteca” –un relato impresionista del marco en el que se desarrollaron las lecturas de juventud del poeta, pero también un llamamiento al salto cualitativo en la comprensión de la realidad que supone la lectura– o “Del amor y otros desastres”, un poema también de marco obrero en el que habla de la posibilidad del amor desde la indefensión y el descreimiento: “Él pensó: ‘Mejor / salir de aquí antes de que sea demasiado tarde’, pero / se temía que ese demasiado tarde era lo que realmente deseaba”.
La vida continua. Mark Strand. Traducción de Dámaso López García. Visor Libros. Madrid, 2016. 145 pp.
El norteamericano Mark Strand (1934-2014) acertó a definir su poesía como partícipe “de un nuevo estilo internacional muy relacionado con la sencillez de dicción, con cierta confianza en las técnicas surrealistas y con un fuerte elemento narrativo”; lo que, traducido a lenguaje llano, podría querer decir que se trata de una poesía bienquista por los departamentos de inglés de todo el mundo y considerada como objeto de prestigio por los suplementos literarios. Algo de eso hay en su recurso habitual a un tipo de poema que combina la descripción objetiva, la referencia literaria de altos vuelos y una cierta ironía filosófica que se anticipa a cualquier reparo que el lector quiera poner al conjunto. Con todo, el gran poeta que siempre fue Strand –y La vida continua (The Continuous Life), de 1990, es un buen ejemplo de ello– supo elevarse sobre las limitaciones de cualquier tipo de fórmula e insuflar a sus poemas, siempre contenidos y elegantes, un temblor existencial y una intensidad visionaria que lo convierten en un digno seguidor de la tradición romántica –Goethe, Wordsworth– sobre la que con tanta frecuencia ironiza. Como su título indica, La vida continua trata de la transitoriedad, sentida primero como paradoja filosófica (“si el final ha llegado, también él pasará”) y luego como factor determinante de la intensidad emocional de la propia experiencia (“aprendiendo… a oír / el descuidado respirar de la tierra y a sentir su servicial / languidez adueñarse de vosotros… enviando / pequeños estremecimientos de amor, a través de vuestros breves / e irrefutables yos, a vuestros días y más allá”). El vértigo de lo transitorio y su efecto más palpable, el olvido, es el asunto de textos tan intensos como “Viajar” (“Travel”), un buen ejemplo del partido que Strand sabe sacar al poema en prosa, o “Siempre” (“Always”), una muestra de la revitalización que el poeta hace del viejo procedimiento de la alegoría. El libro incluye también algunas sabias puestas en cuestión, en clave irónica, de las convenciones literarias –véase los divertidos poemas en prosa titulados “Poesía narrativa” y “Traducción”–, e incluso regala al lector una balada rimada de sabor tradicional, “La pareja”, digna de ser puesta en música. Toda una ocasión, en definitiva, para redondear la imagen que el lector español pueda tener de un poeta al que quizá pudo acceder por primera vez en la antología Nuevas voces de Norteamérica, de la nicaragüense Claribel Alegría, en 1981, y cuya voz no ha hecho sino perfilarse desde entonces, hasta hacerse inconfundible.
Cobijarme en una palabra. Cesare Zavattini. Traducción y prólogo de Juan Vicente Piqueras. Bartleby Editores. Madrid, 2016. 167 pp.
Como nos recuerda Alonso Ibarrola en el epílogo a esta edición de la poesía de Cesare Zavattini (1902-1989), hubo un tiempo en que las películas italianas se dividían en tres categorías: aquellas con guión del propio Zavattini, las basadas en ideas suyas y las que lo copiaban sin rebozo. Zavattini, en efecto, definió lo que podríamos llamar la temperatura poética del neorrealismo italiano, la peculiar mezcla de cruda realidad y arrebato imaginativo que caracteriza el tono de películas como Ladrón de bicicletas, Umberto D. o Milagro en Milán, las tres escritas por Zavattini y dirigidas por Vittorio de Sica. Y hay una clara correspondencia entre la textura poética de estas películas y la sensibilidad que transmite su poesía propiamente dicha, la que escribió casi como divertimento y reunió en volumen en 1973. Abundan en estos poemas, en efecto, los momentos en que la realidad se transfigura en unos pocos rasgos sensitivos de variable intensidad, que abarcan desde lo escatológico al más elevado vuelo imaginativo, pasando por las pulsiones del deseo –“Hijos de puta, moveos, / ella me está esperando blanca, sobre el sofá, / los pezones oscuros, se los voy a chupar / un año entero”– o el apunte urgente de actualidad. Todo ello, desde una envidiable economía de medios, un innegable sentido de la precisión y un desparpajo que supone una auténtica brisa de aire fresco en la muy intelectualizada poesía italiana de su tiempo; y siempre en el dialecto de su tierra, la provincia de Reggio Emilia: “A la vejez quisiera / sacar en dialecto / cosas que llevo dentro en italiano”. La aparente ligereza de Zavattini, no obstante, no nos debe llamar a engaño, como demuestran poemas de movimiento tan sutil como el titulado “Bajo los soportales”, una enumeración de las ocurrencias de un paseante, resuelta en un poliédrico autorretrato sentimental: “En el fondo mi pueblo / no es más que una docena de palabras: / garbera barda la cooperativa / pajar que arde conejo / la mano entre los muslos / de una mujer tal vez coja / a la hora de la siesta, / el Po que se desborda / mosquitos vino barro / un mochuelo en la torre / que se queja hacia Milán o Turín / según el viento”.
El sol del más allá y El reflujo de los sentidos. Ana Blandiana. Traducción de Viorica Patea y Natalia Carbajosa. Editorial Pre-Textos. Valencia, 2016.
Recoge ese volumen dos entregas poéticas de la rumana Ana Blandiana (1942) publicadas en 2000 y 2004 respectivamente. Las fechas son importantes porque sitúan estas obras a una cierta distancia de los acontecimientos que marcaron la caída del régimen comunista de Ceaușescu y la titubeante entrada de Rumanía en la esfera de las naciones democráticas. De alguna manera, estos hechos pesan todavía sobre la poesía de Blandiana, que en el poema “El déspota”, representa las viejas zahúrdas totalitarias como “bóvedas bajas” y “nichos estrechos / donde la lógica no ha penetrado nunca”; y que en el titulado “Balada” parece aludir al carácter violento que revistió en Rumanía el cambio de régimen: “A quién hemos matado / para ponerlo bajo los cimientos / de nuestra casa”. Pero la tonalidad de estos poemas, en general, se inclina hacia el balance íntimo, como si acompasarse al ritmo vertiginoso de los acontecimientos colectivos hubiera implicado una cierta renuncia a vivir que sólo ahora se deja calibrar: “¡Dios, qué despilfarro! / ¡Cómo he tirado los segundos, los minutos / las horas, los días, las semanas, los años!”. En el consiguiente reajuste vital, lo que afloran son los viejos misterios de la intimidad, la conciencia del tiempo, el asombro ante la naturaleza y la evidencia de la decrepitud y la muerte: “El tiempo escribe versos en mi cuerpo / Tan complicados que son / Casi ilegibles (…) / Sin explicar / Para qué / Transmite a través de mí estos mensajes, / Y quién / Habrá de leerme / Y responder”. Formalmente, esta poesía lo mismo se articula en un variable versolibrismo ajustado al ritmo del pensamiento y el callado decir de la poeta, que da lugar a sólidos sonetos y otras estrofas rimadas –a las que esta versión, por cierto, no acierta a encontrar buenas equivalencias en castellano–; e igualmente, recurre tanto a la enunciación desnuda de pensamientos y reflexiones como a la acuñación de intensas imágenes inspiradas por la naturaleza y muy especialmente por el mar, verdadero protagonista del segundo de estos libros, que ya en su título alude al “reflujo” como metáfora del retraimiento y el ocaso. Una lectura necesaria, en todo caso, y un muy buen complemento de las deslumbrantes obras en prosa de Blandiana que ya se han publicado en nuestro país.
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