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Historias y leyendas de los árboles de Canarias
La peculiar flora y la activa geología de las Islas Canarias han atraído y siguen atrayendo a viajeros desde los tiempos del naturalista romano Plinio el Viejo, quien acuñó el término de Islas Afortunadas. Los antiguos marineros reconocían bien la silueta del Teide, sobresaliendo por encima del horizonte de nubes. Al arribar a sus costas, se encontraban con el pueblo guanche que adoraba, como protectores, a unos grandes seres excepcionales con forma de árbol prehistórico: un cuerpo recio del que parten todas las ramas desde el centro, cada una termina en una especie de cabeza con un penacho de hojas y en su interior fluye un líquido que coagula como sangre.
Cada isla mantiene su personalidad e incluso su icono arbóreo. Si el Drago de Icod identifica a Tenerife, las caprichosas formas de las sabinas abanderadas representan a El Hierro. El lento paso de los años, los vientos alisios han modelado la forma de estas sabinas y les han dado ese porte tan espectacular que hoy podemos observar, retorciéndose en piruetas imposibles. Sin salir de esta isla, en su centro, en la parte más elevada, hace siglos se erguía un árbol enorme. Los habitantes de la isla, lo llamaban Garoé, Árbol Sagrado. Estaba casi siempre cubierto por nubes, por lo que de sus hojas manaba agua, que se recogía en el único depósito de agua potable que existía en toda la isla. Cuando llegaron los conquistadores, en el siglo XV, los bimbaches, los antiguos aborígenes, intentaron ocultar este árbol milenario, esperando que los recién llegados se fueran al no poder encontrar agua. Según la leyenda, una princesa isleña enamorada de un castellano reveló el secreto del árbol sagrado, lo que supuso el fin del reino bimbache.
Estas son algunas de las historias que nos cuentan los árboles de Canarias.
Miguel Herrero Uceda. Doctor ingeniero, profesor de la Universidad Complutense, divulgador científico y autor de El alma de los árboles (Ed. Elam)
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