En su cuarto en la periferia parisina, Émile Henry coloca un cartucho de dinamita en el interior de una tartera metálica de obrero. Luego, guarda la bomba en uno de los bolsillos de su abrigo y, armado con su pistola, un cuchillo y un profundo anhelo de libertad, sale por la puerta. Poco después, los cristales del escaparate del sofisticado Café Terminus se hacen añicos, un burgués pierde la vida y otros veinte resultan heridos. Era 12 de febrero de 1894 y acababa de estallar la era del terrorismo moderno. |
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