«Necesito tratar con buenas personas», dice el joven príncipe Lev Nikoláievich Myshkin al llegar a San Petersburgo, después de pasar cuatro años en un sanatorio suizo tratándose el «mal caduco». Apenas tiene dinero y su única esperanza es una pariente muy remota. Con su candidez e inconsciente indiscreción, a lo largo de la novela no dejarán de llamarlo «idiota», pero también «artista», «enfermo», «loco», «niño»; y algunos creen que es un tipo astuto que esconde algún as bajo la manga. «Estoy de más en la sociedad», llega a pensar, pero la compasión y un impulso de ser de algún modo útil le impiden abandonar, con dramáticas consecuencias. |
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