El corazón de las tinieblas
Joseph Conrad
Ilustraciones de Enrique BrecciaTraducción y prólogo de Sergio Pitol
Ilustraciones de Enrique BrecciaTraducción y prólogo de Sergio Pitol
El Congo: una gran hacienda en África
Leopoldo II, rey de los belgas durante la segunda mitad del siglo xx, animado por la idea de poseer un territorio mayúsculo, y movido por una irrefrenable avidez de riqueza y poder, concluyó que la expansión colonial era algo deseable y necesario. Su codicioso báculo se posó sobre el continente africano, siguiendo el rastro y patrocinando las expediciones de Henry Morton Stanley, reputado explorador del África Central.
Una expedición militar dedicada a la extracción de marfil y caucho no habría tenido apoyo en la comunidad internacional; por ello fundamentó su intervención en los más bellos propósitos humanitarios: «La misión que los Agentes del Estado tienen que completar en el Congo es noble. —Había dicho en 1898 Leopoldo II—. Tienen que continuar el desarrollo de la civilización en el centro del África Ecuatorial, recibiendo su inspiración directamente desde Berlín y Bruselas. Situados cara a cara con el barbarismo primitivo, luchando con sanguinarias costumbres que datan de miles de años atrás, están obligados a reducir estas gradualmente. Deben acostumbrar a la población a las leyes generales, de las cuales la más necesaria y saludable es la del trabajo».
Meses más tarde, gracias al respaldo de la conferencia de Berlín, (1884-85), Europa lo consagró soberano del recién fundado Estado Libre del Congo: la gran masacre había comenzado. Saqueo, tortuosos castigos y compra-venta de esclavos se sucedieron bajo una violenta coerción que, se estima, diezmó a la población autóctona en diez millones de personas.
La huella del Congo en Conrad
El joven Conrad dejó sus estudios animado por una pasión que no abandonó jamás. Apenas tenía diecisiete años cuando obtuvo el primero de muchos trabajos como marino en barcos de cabotaje; profesión que desempeñó hasta lograr el título de Capitán Mercante de la Marina Británica, y que le permitiría dar curso a una ingenua obsesión alimentada desde la infancia, cuando el misterioso continente africano, aún sin cartografiar, se ofrecía a sus ensueños como la gloria máxime de los proyectos de exploración y civilización. A sus treinta y tres años, Conrad partió hacia el Congo Belga, siendo testigo privilegiado del «más vil de los saqueos de la historia de las exploraciones geográficas y de la conciencia humana» (Last Essays), una experiencia irreversible que cambió por completo su visión del mundo.
El corazón de las tinieblas
Escrita a gran velocidad y publicada originalmente en entregas periódicas por la revista Blackwood (1899); la amargura, el asombro, la indignación… «¡Ah, el horror! ¡El horror!» cosechados en su viaje al Congo motivaron a Conrad a escribir El corazón de las tinieblas.
Marlow, alter ego de Joseph Conrad, protagonista y exégeta de sus historias, en un momento de marea baja en el río Támesis, narra a la tripulación del Nelly un antiguo viaje como capitán de un barco fluvial que se adentra en las profundidades del río Congo.
En el corazón de África, deberá reunirse con el indómito y misterioso jefe de una explotación de marfil, venerado como un dios por los nativos: Kurtz, quien llegó a la selva cargando una maleta repleta de moralismos, se muestra ahora implacable y cruel. Kurtz recorrerá las páginas de la novela como una figura espectral fascinada por la selva, presa por una profunda oscuridad, que se agiganta conforme avanza la historia. La selva parece haberle revelado entre susurros un secreto oculto, un hallazgo al que dominar o al que someterse.
El arte de Enrique Breccia expresa con singular maestría las tensiones del relato conradiano entre las fuerzas latentes y brutales de la condición humana y las indomables tinieblas de la selva africana.
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