GUÍA DE LUGARES IMAGINARIOS (ed. abreviada)
Alberto Manguel,
Gianni Guadalupi
Alianza, Madrid,
2014
Nº Páginas.- 696
Por
Ricardo Martínez
Reconozco
que me encanta poder saber que FELINIA es un reino que limita con Nolandia y el
Imperio Banois, en el centro del núcleo hueco de la tierra. Al parecer, “Como
en los demás países de Plutón sus habitantes son muy supersticiosos, y
atribuyen gran importancia a la interpretación de los sueños, que, afirman,
predicen el futuro y pronostican los resultados de la lotería, lo cual ha dado
lugar a infinidad de bancarrotas”
También
me ha interesado conocer, desde luego, que FERIA DE LAS VANIDADES es una
importante ciudad en el camino que conduce a los peregrinos desde la Ciudad de
la Destrucción a la Ciudad Celestial, en el País de Cristiano. Y que debe su
nombre a la feria que allí tiene lugar, creada en su origen por Belcebú (primer
señor de la ciudad), Legión y Abadón. Sus principales ciudadanos –como no podía
ser menos, digo yo- son los señores Apetito Carnal, Lujuria, Lascivia y
Codicia.
¡Qué
grado de conocimiento tan útil, interesante y un algo melancólico! La fuente de
tal conocimiento me viene de leer este libro de maravillas que es la Guía de
lugares imaginarios. Y qué más da, me digo, si tales lugares han surgido de la
imaginación; sólo por el hecho de saber de su existencia en algún libro ya
merece la pena la ilusión. Es, o constituye, un reto a la imaginación propia, a
la inteligencia, al sentido del bien y del mal, y al otro sentido no menos esencial,
el del humor.
Una
lectura gratísima, entretenida, instructiva, donde el viajar es un regalo tan
económico como insinuante por lo que tiene de acercarse al futuro con solo
disponer de algo de tiempo. Y son tantas las promesas de un lugar distinto y
sugerente. Pero, ¡cuidado viajero intrépido!, pues alguno de estos lugares
nacidos de la nada –aparentemente- no dejan de encerrar sus riesgos. Por
ejemplo POLIGLOTA, esa isla del mar Rojo donde vive una versátil raza de
individuos llamados políglotas. Esta gente –se nos informa oportunamente-, que
habla todos los idiomas del mundo, deja tan estupefactos a los extranjeros que
por casualidad llegan allí que les resulta fácil capturarlos aprovechándose de
su sorpresa. Luego se los comen crudos.
“Esto
no ocurre jamás en París –aclara, entre paréntesis, el cronista- a pesar de una
opinión muy difundida” Bueno, tal vez esto venga a decir que no hay lugar totalmente
seguro, pero eso ya lo sabemos los que estamos rodeados de políticos
‘profesionales’
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