«Todos querían definirme por el hecho de ser judía, mientras que yo luchaba por definirme fuera de esa identidad. Cada vez que pensaba que lo había conseguido, alguien se acercaba con un comentario similar y yo perdía ese equilibrio que tanto trabajo me había costado edificar. La identidad que estaba construyéndome era precaria, en el mejor de los casos.» (p. 159)
Pasa tiempo hasta que se siente cómoda en su piel. Hay un momento que marca un punto de inflexión: durante un viaje a Córdoba se compra un collar con una estrella de David y decide llevarlo para gritarle al mundo quién es. A lo largo de sus viajes, la autora descubre que hay muchas maneras de ser y definirse como judía. Se puede hacer desde el victimismo, la exclusión, el dolor, la alegría (como descubre en París) o, finalmente, la paz. Ella atraviesa todas esas fases, algunas con más intensidad que otras. Es en Berlín donde todas las piezas de su identidad encajan y donde Feldman encuentra su lugar en el mundo.
«Casi sentía que estaba realizando un anuncio ante el mundo, una proclama sobre quién era yo. Era judía, pensé mirando al frente. No importaba qué vida llevara, mis raíces seguían estando allí́, puede que mil años atrás, pero tan legítimas como las de cualquier otro.» (p. 183) |
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