El regreso de un narrador de raza, de la estirpe de Roberto Bolaño y los auténticos «cazadores de búfalos». Minina escapa de un centro de menores gracias la ayuda de Sinestesia, una muchacha de pelo azul con un 38 que escupe aceitunas de plomo. Busca a su familia desahuciada y a su padre, un estibador sindicalista y músico aficionado que ahora sopla una tuba de cartón, enajenado por las descargas eléctricas de la tortura. Pero no parece sencillo entre los gases lacrimógenos y las tanquetas hidrantes de los carabineros. El escenario de un estallido en el que las jóvenes cabalgan, como las valkirias de Wagner. Y en esa partitura alucinada el Astronauta, un hombre de andares lunares con un volante en las manos, juega un rol esencial: conduce en su autobús a los fantasmas, quizá las víctimas de la violencia política y la marginación, hacia un destino mejor. Con esos acordes de sueño y realidad, ternura y ferocidad, Rodrigo Díaz Cortez compone la música de un relato demoledor. La verdadera banda sonora de la revuelta chilena de 2019. |
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