GABRIEL ALBIAC (RE)VISITA A MAQUIAVELO EN SU NUEVA NOVELA: DORMIR CON VUESTROS OJOS
En el duermevela de su lecho de muerte, Nicolás Maquiavelo ve pasar su vida extraordinaria: libros, política, mujeres... Fue el más brillante de los diplomáticos de la Señoría florentina. Pero su vida se cierra con la derrota más devastadora: el Saco de Roma de 1527.
En esa confusión de realidad y delirio, trata de entender el vértigo que fue esa vida. Los grandes con los que negoció: papas, condotieros, Alejandro VI y César Borgia, ante todo. Las mujeres a las que amó: Bárbera Salutati, la actriz adolescente que dice querer sólo “dormir con los ojos” del canciller y que lo acompañará hasta el final de este 21 de junio; Yllka, la andrógina guerrera albanesa que fue su compañera de armas en los momentos más duros…; y, sobre todo, la sombra enigmática de la Señora de Forlí y de Ímola, Caterina Sforza, cuyas artes alquímicas lo fascinaron casi tanto como su belleza.
Y, al evocar a la Sforza, vuelve a Maquiavelo el recuerdo de un enigma que lo desazona: aquel encargo que él no logró entregar a tiempo. Regalo de Caterina al papa Borgia. ¿Qué enigma contenía el retrato por Leonardo Da Vinci de “la bella principessa” Bianca Sforza, prematuramente muerta antes de su primer parto? ¿Por qué en su entrega al papa fiaba Caterina el destino de Italia? ¿Qué desastres acarreó su retraso?
“Al cabo de medio siglo de intimidad, necesitaba acercarme al “otro” Maquiavelo”, asegura Gabriel Albiac. “No al pensador descomunal, al que he venido analizando en mis clases de la Universidad y en mis libros de ensayo. Sí, al aventurero de vida extraordinaria: al hombre que se mueve con la misma fluidez en los palacios vaticanos y en los horribles prostíbulos de Mantua. Al narrador colosal, que dibuja en su correspondencia el cuadro más vivo que poseemos de la Italia del primer tercio del XVI. Y, ante todo, al hombre que quiso transformar su mundo, que fracasó y que se asoma, en esa madrugada del 21 de junio de 1527, a una muerte a la cual no teme. Y que necesita hacer un solo y esencial descargo de conciencia: entender dónde estuvo su fallo”.
Maquiavelo va a morir. No le importa: ha vivido como casi nadie puede decir que lo hizo. Necesita, sin embargo, en esas horas postreras, recomponer el último rompecabezas: el cuadro de Leonardo. Y, en ese laberinto, sus historias de amor, y sus batallas diplomáticas, y sus guerras, y el universo turbio de la traición y el veneno, van componiendo esquirlas de un espejo de la belleza y el horror de este mundo que él abandona ahora sin miedo y sin esperanza. Reflejados sus ojos en los de la Bárbera.
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