¿Y si lo que parece ser el sueño de todas las mujeres (no envejecer) se revelase como algo realmente trágico? En un momento en que todas se unen por fin a lo largo y ancho del mundo para denunciar las injusticias de que son víctimas, La mujer que no envejecía expone otra más: la imposición de que nunca dejen de parecer jóvenes. No hay una sola revista femenina que en cuanto llega el buen tiempo no muestre en la portada estos titulares: «Mantente joven», «Recupera la silueta de los veinte años», «Nuestros trucos para detener el paso del tiempo». Como si la belleza solo fuera cuestión de edad. Betty, la narradora del libro, a medida que cumple años, descubre que a partir de los treinta dejó de envejecer. Su apariencia será la de una mujer joven durante mucho tiempo, aunque por dentro su cuerpo sí acusará el paso del tiempo. De lo contrario sería demasiado fácil. Ahora bien, ¿y si lo que parece ser el sueño de todas las mujeres (no envejecer) se revelase como algo realmente trágico? ¿Seguiría «viva» una mujer en un mundo que continuara avanzando y en el que ella permaneciera «inmutable»? ¿Sería agradable tener un marido que envejeciera sin ella? ¿Un hijo que un día cumplirá su misma edad? ¿Resultaría excitante ser seducida por hombres de treinta años cuando en realidad les dobla la edad? En esta novela aporto respuestas en un tono que oscila entre la emoción y el desenfado y que, hasta el momento, tanto ha gustado a mis lectoras, sobre todo cuando, tras haber cerrado el libro, me cuchichean, aliviadas: «Me alegro de tener mi edad». Este libro es la prueba de que «la vejez es una victoria». ¡Las buenas noticias escasean! |
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