| Tras el éxito de su anterior novela, Un destino propio, María Montesinos vuelve en Una pasión escrita a la misma época, finales del siglo XIX, y a plantear otra faceta de la lucha de las mujeres por superar su histórica discriminación, esta vez en el mundo del periodismo y la literatura. Un contexto histórico minuciosamente reflejado, la descripción de un mundo muy distinto, pero con preocupantes semejanzas con el actual, una historia de amor y los problemas sociales de la época son los grandes pilares sobre los que se apoya esta historia que atrapa desde el primer momento. La protagonista, Victoria Velarde, tratará de abrirse camino en un mundo que encorseta a la mujer, poniendo trabas tanto a su evolución intelectual y profesional como a su libertad más personal y sus sentimientos. Una pasión escrita muestra palmariamente que la lucha por los derechos de la mujer no es algo de este siglo, ni siquiera del anterior, sólo que en el XIX era más difícil y la marginación de las mujeres, más escandalosa. Las mujeres con inquietudes literarias e intelectuales, de las que aparecen unas cuantas en la novela, eran despectivamente tildadas de literatas. Las que se animaban a escribir lo hacían a veces con pseudónimo o a escondidas de los maridos. Un lugar tan representativo de la cultura madrileña como el Ateneo les estaba vedado. Victoria no renunciará a nada: ni a las fiestas de la alta sociedad, ni a participar en las sociedades literarias femeninas, ni a husmear en las redacciones de los periódicos, ni siquiera a conocer los ambientes canallas de la noche madrileña, en que se dan la mano la miseria y la prostitución, tan desaconsejados para una señorita bien, mezclándose con los juerguistas y bohemios, aunque para hacerlo deba disfrazarse de hombre. Ellector es llevado de la mano de la autora por todos esos ambientes, además de los cafés y las tertulias. Una pasión escrita es también, entre otras muchas cosas, una novela muy madrileña con la que María Montesinos entronca con una parte de la mejor literatura española, la de Galdós, Baroja o Valle Inclán, que hicieron de la capital, escenario de algunas de sus obras. |
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