EL MITO DE DON JUAN
Ed. de Carmen Becerra Suárez, ISBN: 978-84-15255-61-1, Introducción: LIV pp. Textos: 520 pp. PVP: 48,00 e.
El burlador de Sevilla y convidado de piedra (Tirso de Molina)
La venganza en el sepulcro (Alonso de Córdova y Maldonado)
No hay plazo que no se cumpla, ni deuda que no se pague
(Antonio de Zamora)
El estudiante de Salamanca (José de Espronceda)
Don Juan Tenorio (José Zorrilla)
“Que el mito de Don Juan es uno de los más notables y proteicos de entre los que forman parte de las mitologías de la cultura occidental, nadie lo discute” afirma Carmen Becerra en el prólogo que abre el volumen dedicado a rastrear el mito en cinco obras clave. Desde el barroco Burlador de Tirso a su culminación en el Romanticismo con el Tenorio de Zorrilla podremos apreciar cómo se va transformando el personaje en virtud de cada época, manteniendo elementos constantes como la muerte, el grupo femenino y el héroe.
En el siglo XVII España vive un tiempo de retracción. Pestes, sequías y guerras marcan una época de luces y sombras, de oro y harapos. Un ambiente de contrarreforma en que la religión es norma de vida y valores como el honor, la fugacidad de la vida o el principio de justicia poética cobran protagonismo. A ello se añade el apogeo del género dramático (se crean teatros estables en patios o corrales de comedias) y la genialidad de algunos artistas como Tirso de Molina. He aquí el escenario del que nace Don Juan.
El burlador de Sevilla y convidado de piedra se publica en 1630. La duquesa Isabela, la pastora Tisbea o doña Ana de Ulloa son solo algunas de las víctimas de los engaños de este galán, que conquista amores a golpe de disfraz para salir huyendo en cuanto satisface su deseo y desafía a lo sagrado al aceptar el convite de un difunto que le arrastrará hasta la tumba. Con la muerte del héroe, Tirso hace que se restaure el orden establecido y gracias a su hábil manejo de un ritmo vertiginoso, así como del contraste entre pasajes cómicos y dramáticos logrará sentar las bases de esta criatura mítica. Un apuesto joven de buena familia que audaz e insolente infringe continuamente el código moral que su condición le impone. Un profesional de la burla qué más que seducir, engaña amparándose en el escudo protector de su condición social. Sin embargo, don Juan no logra escapar a la justicia de Dios. Su castigo no puede provenir de una sociedad corrompida en todos sus niveles sociales sino por un poder ajeno a ella. Y de ahí apreciamos la crítica explícita del autor en muchos de sus versos que no resuenan tan arcaicos: “La desvergüenza en España se ha hecho caballería”.
Los primeros imitadores de Tirso fueron los comediantes del arte italianos, que se centran en el carácter transgresor del personaje, evitando la seriedad del discurso teológico y acentuando los elementos cómicos. De la mano de estas compañías itinerantes la leyenda donjuanesca pasa a Francia donde el héroe recupera protagonismo, transformándose en manos de Molière, en un personaje más inteligente que pasional, generoso a la par que descreído.
De finales del s. XVII es La venganza en el sepulcro, atribuido a Alonso de Córdova según reza el original. Una obra a la que se ha prestado poca atención que imita El burlador y nos presenta al protagonista como un bravucón jactancioso que también es castigado por la justicia divina. Un carácter rufianesco y canalla que se mantiene en el drama que escribe Antonio de Zamora un siglo después.
No hay plazo que no se cumpla, ni deuda que no se pague se ubica como el puente imprescindible entre el Don Juan barroco y el romántico. Un héroe más reflexivo que, a diferencia del complejo y apasionado de Tirso, se acerca más al perfil dibujado por Molière. Sin embargo, frente a la condenación eterna del héroe barroco, en época ilustrada el dramaturgo no le negará la salvación eterna tras pedir piedad a los Cielos.
No podemos obviar que el Don Giovanni de Mozart y Lorenzo Da Ponte, estrenado en Praga en 1787, será la puerta por la que el mito entra en el Romanticismo. Da Ponte, el libretista, hace crecer en complejidad a los personajes femeninos, arrincona el componente religioso y modifica la estructura para que la muerte del comendador esté presente desde el comienzo. Todo ello sumado a una arquitectura musical que acentúa lo dramático y nos retrata a don Juan como un hombre libre que no renuncia a su naturaleza y se condena como un acto propio de su libre albedrío.
En nuestro país destaca el poema de José de Espronceda titulado El estudiante de Salamanca. Un cuento en verso, compuesto entre 1836 y 1840, que relata las aventuras vividas por el satánico Félix de Montemar en una sola noche. Así descubriremos a un joven irreverente que, más allá de la honra de Elvira, a todo desafía como nuevo Don Juan y se empeña en desnudar de máscaras la hipocresía social que le rodea.
En 1844 José Zorrilla publica Don Juan Tenorio, drama romántico que constituye la versión más popular del mito y de mayor arraigo en la escena española. Ahora el personaje que empezó como un galán burlador que pretende añadir una novicia a su nómina de conquistas, termina por convertirse en un hombre enamorado y arrepentido que terminará por salvar su alma gracias a la mediación redentora de doña Inés. Como señala Carmen Becerra en su apasionante prólogo: “Zorrilla ha abandonado el arquetipo libertino y sacrílego de sus antecesores e inaugura una nueva vía para la evolución del mito: el donjuanismo”.
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