Amelia Pérez de Villar dedica este libro a dignificar la profesión de traductor, que tan dura es de aprender y de ejercer –reservada sólo a quienes le profesan amor y respeto, quienes sienten pasión por el lenguaje–, y sin la cual Babel nos ganaría la partidaLos traductores han sido históricamente acusados de ser unos traidores. Si a los editores Goethe los enviaba directamente al averno, por ser hijos del diablo, aquellos siguen siendo condenados a un infierno peor: el del olvido. No es una profesión apta para simples titulados en traductología –«el diccionario se queda siempre corto»–, sino para iniciados con horas de vuelo, para los que la vocación no deja de ser aliada de la experiencia, la sabiduría, el instinto y la cultura.
Un trabajo oscuro, solitario y discreto, que hoy más que nunca, tras su reconocimiento legislativo, exige respeto y un pago justo. Soldados de fortuna, los traductores se enfrentan a múltiples enemigos: la invisibilidad; el permanente silencio de la crítica –apenas ocupa una línea citar al traductor–; la falta de reconocimiento, tanto profesional como social; el intrusismo; la inseguridad laboral; los ingresos exiguos; y hasta la tendencia al «aplanamiento» de ciertos editores. El proceso de traducción nunca es recto, liso ni unívoco. En tiempos de velocidad desquiciada, el trabajo de traductor requiere tiempo, arqueología lingüística, y hasta investigación anticuaria. Con todo, aunque el traductor todavía sea en muchos casos un mal necesario, para muchos editores contar con un buen profesional es una inversión y una garantía de calidad.
|
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario