José María Eça de Queirós:
Cuentos completos
Siruela, Madrid,
2016-09-25
Por Ricardo
Martínez
La
cultura, a saber por qué, no siempre ha sido la actividad más democrática que
ha existido. Si acaso, al contrario, esto es, las envidias, las polémicas
apasionadamente inútiles por motivos perversos, las riñas burdamente cruentas
avaladas por mala prosa, han sido más abundantes que el reconocimiento llano,
explícito, sincero y fundado de las virtudes de otro escritor, de otra cultura.
Aunque
resulte hiriente, creo que tal cabría decir, expresamente, de la ignorancia
–deliberada o no- que nuestro país ha tenido como actitud, como conocimiento,
respecto de la literatura de nuestro digno vecino Portugal. Querer minimizar la
obra de Camôens, de Pessoa, de Torga es ahondar las miserias culturales que, de
no ser así, propiciarían un intercambio de ideas y una riqueza expresiva y
lingüística que habría de ser beneficiosa, sin duda, para ambas partes de
nuestra desconocida y atribulada península ibérica.
El
caso de Eça de Queirós (sin ser, es cierto, de los más sangrantes) podría ser
un ejemplo de echar la sombra sobre un escritor cuyo discurso literario es de
una fecundidad argumental, de una finura estilística y una riqueza de matices
que para sí querría cualquier cultura literaria. Y en su obra son de señalar,
de manera principal, sus cuentos, tema que recoge este volumen que tan sobria y
oportunamente nos hace llegar ahora la editorial Siruela.
Leamos,
a modo de ejemplo, dos fragmentos que, por distintos de contenido, son
complementarios para situar una cuestión perfectamente humana -resaltada, sin
duda, por la calidad de la escritura, por la precisión del adjetivo, por el
estilo y el ritmo de lo expresado: “Macario me contó lo que lo había decidido
más concretamente a aquella resolución profunda y perpetua. Fue un beso. Pero
ese hecho, casto y sencillo, yo me lo callo, incluso porque el único testigo
fue una imagen en grabado de la Virgen que estaba colgado en su marco de ébano,
en la saleta oscura que daba a la escalera…”
Primoroso
argumento, sencillo, descriptivo y eficaz. Y una ubicación precisa de la
acción, significativa, que ayuda a situarse en la secuencia de lo narrado, incluso
de su valoración emocional. Pero he aquí que, al poco, el autor hace gala de un
discurso descriptivo más prosaico, más acorde a las cosas que, a la vez que
otorga contraste a una situación emocional anterior, circunscribe con nitidez
un escenario real, ejemplo de preparación prologal que el lector descubrirá
sólo unas líneas más adelante. Es la cualidad máxima de una ambientación, de un
escenario para plantear un drama humano. Una de las cualidades distinguidas de
este autor.
El
párrafo descriptivo dice así: “Macario me habló mucho del carácter y de la
figura del tío Francisco; su poderosa estatura, sus gafas de oro, su barba
grisácea, como un collar, por debajo del mentón, un tic nervioso…”
Un
casto beso contra un fondo lleno de materia mensurable, de cosa precisa y fría.
Leer
para asociar: sentimiento y realidad
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