Eugenia Rico
El beso del canguro
Suma de Letras
Nº de Páginas.- 205
Por Luis García
Siempre he mantenido
que la primera frase de una novela contiene el germen de la misma. Y en el
caso que nos ocupa, “El beso del canguro”, última obra narrativa
de Eugenia Rico, solo hay que leer con los ojos cerrados y escuchar.
“Puedes cerrar los
ojos. No puedes cerrar los oídos. No soy malo pero creo que he matado a un
hombre. Me desperté con su sangre en mis manos, con el sabor de la sangre en mi
boca, mi camisa empapada, los ojos cegados. Por la sangre. Corrí toda la noche
por las calles vacías aunque nadie me perseguía y al amanecer me senté en una
gasolinera abandonada y me lave y no sabía y no sabía si la sangre era mía o si
todo había sido un sueño. Me he peleado desde niño por cosas que no me
importaban, he recibido golpes por mujeres a las que no deseaba, cuando quise
robar, me robaron, cuando creí matar, me mataron”
Son 118 palabras.
Posiblemente demasiadas para concentrar toda una novela. Probablemente pocas
para explicar la vida de un desharrapado como Lázaro, el protagonista de la
misma. Hay ocasiones, que un autor solo necesita apenas seis, ocho.
“Vine a Madrid a matar a un hombre a quien no
había visto nunca”
dejó escrito Antonio
Muñoz Molina en “Beltenebros” fundiendo en dicho comienzo de la obra toda la
intensidad, el rencor, y el desasosiego que le producía lo que le habían
mandatado. Con el comienzo de la novela se pretende hechizar al lector,
captarle y capturarle, “absorber su atención, manipular sus sentimientos, abstraerlo
de su mundo real y sumirlo en la ilusión”. Recordaremos por ejemplo el comienzo de “Cien años de soledad” de Gabriel García Márquez,
“Muchos años después, frente al pelotón
de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde
remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”,
o el de “La Regenta”, en la
que la verdadera protagonista era Vetusta, la ciudad, que “heroicamente dormía la siesta”
ya en el primer capítulo.
Y como no, la transformación
de Gregorio Samsa en un insecto en la Metamorfosis de Kafka.
Una mañana, al despertar de un
sueño intranquilo, Gregorio Samsa se encontró en la cama transformado
en insecto monstruoso
Por eso el comienzo de El
beso del canguro está a la altura de los grandes. Porque atrapa,
hechiza, captura, y produce el desasosiego necesario para continuar leyendo a
la par que comienza a darse entre lector y protagonista una suerte de empatía
que continuará hasta el final de la obra.
Pero ¿Quién es Lázaro en la obra literaria de Eugenia
Rico?. Hay que decir que estamos ante una novela diferente en su concepción de
la literatura, aunque de similar construcción narrativa que las anteriores ya
que Eugenia Rico permanece fiel a un estilo
de literatura fragmentaria que tan buenos resultados le ha dado hasta el
momento.
Lázaro, personaje central sobre el que pivotarán todos
los demás, es un “desharrapado”, un desgraciado, tomado este adjetivo con todas
las consideraciones y connotaciones posibles. Y El beso del canguro es el
monologo de Lazaro que solo parece tener un objetivo en la vida: “viajar a
Australia” un lugar, dice, “donde nadie es pobre y está prohibido pegar a las
mujeres”. Y con esa meta entre ceja y ceja, Lázaro irá dando tumbos de mujer en
mujer, de amo en amo, de prostituta en prostituta, hasta dar con sus huesos en
la cárcel. Uno de los pocos sitios donde aún se siente con poder. Testigo de la
sociedad imperante, observa desde niño las palizas que su madre sufre a diario
a cargo de su padre, se prostituye por caridad primero con Ángel su benefactor
y después con las sucesivas mujeres con las que convive, coquetea con la droga
a la par que trapichea con ella y sin saberlo, se convierte en una especie de
filósofo de la vida.
Porque Lazaro siembra la novela de verdaderas reflexiones
sobre la humanidad, sobre la libertad, el pesimismo, la felicidad…Finalmente,
Angel, posiblemente la única persona que le quiso de verdad, quien un día le
llevara un libro a la cárcel de una autora nobel, con el título de “Los
amantes tristes”, el homosexual a quien una vez robara, le pagará el
ansiado viaje a Australia en busca de la felicidad. Y Lázaro por fin, con la
decolorada foto de un termitero gigante en el bolsillo, partirá rumbo a su
tierra prometida.
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