El
mirofajo o las reglas del juego es una obra digna de Sócrates, escribe Julio Anguita en su epílogo.
Mucho decir en alguien poco dado a los elogios infundados, como es sabido.
Esta
novela de Manuel García Rubio arranca con lo que ocurre en 1834, en un pequeño
reino centroeuropeo, al día siguiente de la fiesta en la que un muchacho
cometió el delito de lesa majestad consistente en señalar al rey y decir que
estaba desnudo.
Es, en
cierto modo, la continuación del famoso relato de Andersen.
El
chico ha sido enviado a un reformatorio y su atribulado padre castigado con la
cárcel, donde un carcelero amable le proporciona instrumentos para escribir a
su hijo.
Aún no
se sabe qué castigo, tal vez la pena de muerte, impondrá el rey al padre de
quien cometió el delito, pero el pobre hombre se teme lo peor y no quiere
abandonar el mundo sin dar unas cuantas lecciones prácticas a su descendiente.
Tomando
el estilo de los cuentos de Andersen como modelo, y algunos aspectos
fundamentales de la filosofía de Emilio Lledó, García Rubio utiliza de forma
exquisita tan escasos mimbres para en primer lugar contar, mediante la
correspondencia, los cuentos y las ilustraciones de LPO, una infame historia de
egoísmo exacerbado.
Pero
también, y sobre todo, para hacer un análisis del poder y la riqueza y poner al
desnudo el cinismo de las clases pudientes y sus políticos.
Adjunto
encontraréis un breve cuadernillo con unas pocas páginas del libro y un
fragmento del epílogo de Julio Anguita, a quien debo agradecer aquí la enorme
gentileza que tuvo. Encontrándose mal, leyó una copia del libro y cautivado por
la fuerza de la historia llegó hasta el final y escribió un texto que alaba las
virtudes pedagógicas de la reflexión narrativa que contiene este libro.
Abrazos
y buena lectura,
Enrique
Enrique
Murillo,
director
editorial
Los
libros del lince
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