Fresán propone un viaje espectacular a la relación entre un padre y un hijo y rescata uno de los mayores temas de la literatura universal: cómo las experiencias de infancia forjan el carácter del escritor adulto. A sus doce años, Herman Melville fue apartado de la escuela. Se quedó en casa durante las últimas semanas de vida de su padre, preso de la fiebre y el delirio tras haber cruzado el congelado río Hudson a pie. No hay registro de los horrores que el joven Herman pudo haber visto u oído durante los días previos a la muerte de Allan Melvill (ni de la influencia que la experiencia pudo haber tenido en alguien a una edad tan sensible y permeable).
A partir de las figuras opuestas, pero complementarias, de Herman Melville y de su padre Allan Melvill —surcando días de infancia junto al lecho de un alucinado y noches de escritor crepuscular que ya no empuña pluma ni arpón— Melvill sale a la caza del enigma de la siempre huérfana vocación literaria, del legado del estigma familiar, de lo que sucedió y de lo que pudo haber sucedido, de los vampirizados por la sangre y de los poseídos por la tinta, de los navegantes de la ficción y de los náufragos de la realidad, del agua y del hielo. Esta nueva novela es un regalo para los que disfrutaron con Jardines de Kensington, con elementos espacio-temporales, góticos y fantásticos, y su siempre habitual tributo metaliterario a la literatura. |
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