Desde la publicación de El intérprete del dolor —un conjunto de conmovedores relatos sobre el desarraigo galardonado con los premios Pulitzer y EN/Hemingway el año 2000—, las obras de Jhumpa Lahiri no han dejado de cautivar a un grupo cada vez más diverso y numeroso de lectores y críticos de todo el mundo. Rebosantes de elegancia y empatía, las historias de Lahiri se desarrollan en escenarios que fluctúan entre la India y los Estados Unidos para abordar con rigor y sensibilidad el coste afectivo de la experiencia del migrante, lastrado con el inevitable conflicto generacional que suscita la integración en una cultura diferente. Recuperado de un terrible accidente ferroviario y amoldado a un matrimonio de conveniencia con la joven Ashima, Ashoke Ganguli pone fin a su rutinaria vida en Calcuta al aceptar una beca doctoral en el afamado Instituto de Tecnología de Massachusetts. Tras superar los previsibles problemas de adaptación en tierra americana, con el nacimiento de su primer hijo la pareja se encuentra de repente en una situación del todo peculiar: al tratarse del primogénito, no les está permitido ponerle nombre, ya que según la tradición bengalí ésta es una prerrogativa reservada a los ancianos de la familia. Como el problema no tiene fácil solución, Ashoke y Ashima empiezan a llamar a su niño Gógol, en homenaje al escritor ruso cuyos cuentos leía Ashoke al producirse el trágico descarrilamiento. Así pues, con padres bengalíes, nacionalidad estadounidense y nombre ruso, Gógol crecerá entre hamburguesas y curri de cordero, música de los Beatles y clases de lengua materna, ritos hindúes en suelo norteamericano y viajes a Calcuta, donde se lo considera un forastero. Perplejo y confundido ante una realidad que le ofrece mil caras, la vida de Gógol se convertirá en un viaje perpetuo en busca de un lugar, una voz y un nombre propios. |
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