«La Casa Grande apareció por fin detrás de una hondonada como algo insólito.
—Ahí la tienes —dijo Octavio muy serio—. El antiguo hogar de la familia Patriota, el origen de todas las leyendas que alimentan esta tierra, y la tumba de nuestro padre .»
La obra y sus personajes
Diego Martin es el hijo del padre, el ejemplo orgulloso del ascensor social. Hijo de inmigrantes extremeños y andaluces llegados a la Barcelona de los años cincuenta, ha dejado atrás su pasado en la periferia invisible de Torrebaró. Tiene prestigio, dinero, un matrimonio idílico y una vida que admiran propios y extraños.
Pero de puertas adentro ¿Quién es Diego Martín? Ni siquiera él lo sabe. Un hombre lleno de secretos, de traumas y de contradicciones. Alguien que ha renunciado a sus raíces para alcanzar el éxito, convirtiéndose en un extranjero en su propia vida. Renunciando a su pasado, que conserva en el oscuro desván de la desmemoria con una sospechosa discreción, Diego se niega a admitir la maldición que afecta a los hombres de la familia Martín, una maldición de la que le habló su abuelo cuando era niño. Pero al mismo tiempo es incapaz de liberarse de ese pasado, del enfrentamiento ancestral entre la familia Patriota y la suya, de las miserias y de las heridas que arrastra su memoria familiar. Poco a poco, Diego se está convirtiendo en aquello que más odia: en su padre. Hasta que una mañana de julio de 2010 recibe la llamada de su hermano Octavio desde Badajoz. Su padre, a quien no ve desde hace casi veinte años, ha muerto.
Y allí, en Extremadura, se reencontrará con una familia rota por viejas heridas aún por cicatrizar, conocerá a Teresa, la última pareja de su padre, indagará en el pasado y deberá aceptar la herencia paterna, emocional y física. Ese hombre tan odiado del que no quiere saber nada le ha dejado en herencia la Casa Grande: una ruinosa finca de una antigua familia de indianos, los Patriota, en la que la familia de Diego sirvió desde los tiempos de su abuelo Simón. Una propiedad que su padre, humillado y expulsado de allí por los Patriota cuando era un muchacho, compró muchos años después, en 1987, a la arruinada familia de terratenientes como una forma imposible de venganza; porque en esa casa ya solo habitaban los fantasmas.
«—La historia de los Patriota y la nuestra están íntimamente ligadas. Y esta casa es el nudo de esa unión. Supongo que era su manera de vencer a esa gente. Quedarse con la casa, con los campos. Ya sabes cómo era, orgulloso y tozudo.»
¿Por qué su padre le deja a él, precisamente al único hijo que no la quiere, esa casa? ¿Es un regalo o es una última venganza? ¿Qué pretende hacerle comprender su padre desde la tumba? Viejos secretos, crímenes impunes y heridas abiertas comenzarán a salir a la luz, hasta revelar la verdadera cara de Diego: un rostro que quizá se parezca demasiado al de su padre.
Y el detonante de esa transformación, una metamorfosis que descubre la brutalidad de todo aquello que Diego es capaz de hacer, es Martin Pearce: el sensible, educado y solícito enfermero que se ocupa del gran secreto que Diego oculta a todo el mundo: su hermana Liria, ingresada desde hace años en un centro psiquiátrico en Barcelona. Los motivos por los que Diego mantiene en secreto la existencia de su hermana forman parte de ese turbio pasado que procura olvidar, porque Liria le recuerda la fragilidad mental de los Martín, lo cerca que se está de la locura.
¿Qué hace Martin Pearce para que esa vida fingida creada durante años por Diego estalle por los aires? ¿Qué hace que los demonios que siempre han vivido en su interior se desaten? ¿Qué ocurrió veinte años atrás para que la familia de Diego se dividiera en bandos irreconciliables y él se enfrentara a todos ellos? Ha llegado la hora de que Diego deje de mirar el pasado con los ojos del niño que fue y aprenda a visitar los recuerdos con los ojos del hombre que es.
«—A la familia se la perdona, Diego. Por muy cabrón que fuera, era nuestro padre.
—No para mí, ni para Liria.
Octavio crispó la mandíbula.
—Eso es agua pasada. Lo que ocurrió fue jodido para todos, pero han pasado casi veinte años. Hay que olvidar, hermano.»
De eso trata El hijo del padre, el regreso de Víctor del Árbol a las librerías, un consumado maestro del thriller literario, traducido a más de doce idiomas y superventas en Francia con obras como La tristeza del samurái, que ha consolidado la fuerza de un género en el que se mueve como un pez en el agua: el noir psicológico. La memoria, la exploración del dolor, la vinculación entre la gran Historia y la historia familiar. En esta ocasión, el Premio Nadal de Novela 2016 con La víspera de casi todo o bestsellers como Un millón de gotas le da una vuelta de tuerca más a su ambicioso programa narrativo para construir una novela demoledora sobre las mentiras en las que nos escudamos cuando no estamos dispuestos a asumir en toda su integridad un pasado ignominioso.
Una novela coral en tres tiempos
Víctor del Árbol se permite en esta ocasión mayores riesgos que en anteriores novelas, y su pericia narrativa lo lleva a salir indemne del desafío de aniquilar de antemano el misterio habitual de un noir al uso. Desde las primeras páginas sabemos que Diego Martín secuestró, torturó y asesinó a sangre fría al enfermero Martin Pearce. Y lo sabemos de primera mano, porque es él mismo quien lo narra en primera persona en un cuaderno de notas que utiliza la Unidad de Evaluación Psiquiátrica judicial para decidir si Diego actuó con premeditación o si, por el contrario, respondió a un momento de enajenación.
«No voy a engañarte, todo lo que has oído sobre mí, y aun lo que no has oído, es cierto: secuestré a Martin Pearce, lo metí en el maletero de mi coche y conduje más de mil kilómetros hasta la Casa Grande. Una vez allí lo torturé durante tres días con sus largas noches y el 11 de noviembre de 2010 lo maté disparándole dos veces en la cabeza. Después llamé a la policía y me senté a esperar.»
Los psiquiatras deben dar un diagnóstico, los jueces esperan, los abogados aprietan: ¿está Diego Martín loco o solo finge para eludir su previsible condena? El lector, a través de la propia confesión del autor, deberá decidir. Pero cuidado con las trampas de la verdad y la mentira. Cuidado con fiarlo todo a lo que creemos saber o a lo que queremos creer.
Sin embrago, el misterio y el suspense se mantienen intactos, a pesar de que esas reveladoras notas desde un futuro cercano al presente de la acción se intercalan en contrapunto a lo largo de toda la novela. La trama transcurre de julio a noviembre de 2010, pero el narrador omnisciente hace viajar al lector a un tercer plano temporal, hacia un pasado que se remonta hasta la juventud de su abuelo Simón, pasando por las peripecias de su padre Antonio en los albores de siglo xx.
Y ese recorrido de la trama en tres tiempos viene con el aliciente de una rica paleta de personajes a los que narrador da voz, focalizando la historia desde su perspectiva, como la abuela Alma Virtudes o el patriarca de la familia Patriota, don Benito, entre otros. E incluso va más allá, introduciendo en un capítulo la voz en primera persona de la desequilibrada Liria desde su confinamiento psiquiátrico.
El resultado de esa generosidad del narrador para con sus personajes es una abigarrada novela coral, tan ambiciosa como lograda. Tan dramática como hermosa.
Un siglo de historia condensada
«—He estado en el puente romano. ¿Recuerdas ese sitio?
Octavio hizo un gesto con las manos, sin comprender.
—Allí no hay nada. Ruinas.
—Allí colgaron al hermano de la abuela Alma Virtudes en 1936.
[…]
—Nuestra historia es como ese puente. Une dos orillas y se recorre en los dos sentidos. No hay ni origen ni final.»
A través de la saga maldita de los hombres de la familia Martín, Víctor del Árbol retrata de un modo sutil y nada inocente los claroscuros de la historia española del siglo xx. En ese retrato no escatima los crímenes impunes, a pesar del paso del tiempo. Es el caso del linchamiento de Joaquín en 1936 a manos de la familia Patriota; un joven anarquista de escasos diecisiete años, tío abuelo del protagonista. A su vez, el abuelo Simón, que trabajaba como perro de caza de rojos al servicio del patriarca don Benito, acabada la guerra se alistará en la División Azul e irá a combatir junto con las tropas nazis al frente oriental. Otro tanto sucede con su hijo, el padre de Diego, con sus trapicheos como legionario en el Sahara oriental en la segunda mitad de la década de los cincuenta. El arco de representación histórica también cubre el fenómeno de la inmigración interna de la España rural hacia los centros urbanos industriales en los años cincuenta y sesenta, hasta bien entrados los años de la Transición.
De una manera colateral y casi se diría que no premeditada, Víctor de Árbol condensa en la novela la turbulenta y compleja historia española del siglo xx. Y con esa operación narrativa, la trama del thriller y la Historia con mayúscula se enriquecen mutuamente en un acertado juego de ecos y reverberaciones.
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