RAMÓN DEL VALLE-INCLÁN, Obras completas IV (Teatro)
Ed. del Grupo de Investigación Valle-Inclán/USC. Coordinadora de la edición: Margarita Santos Zas. ISBN: 978-84-15255-52-9. Nº págs.: 760. PVP: 50 euros
Cenizas. Drama en tres actos
El Marqués de Bradomín: Coloquios románticos
El Yermo de las Almas: Episodios de la vida íntima
Cara de Plata. Comedia bárbara
Águila de Blasón: Comedia bárbara dividida en cinco jornadas
Romance de Lobos: Comedia bárbara dividida en tres jornadas
Cuento de Abril: Escenas rimadas en una manera extravagante
Voces de Gesta. Tragedia pastoril
La Marquesa Rosalinda. Farsa sentimental y grotesca
El Embrujado. Tragedia de tierras de Salnés
La Cabeza del Dragón. Farsa
Abordamos estos dos últimos tomos dedicados a la producción teatral y poética de Valle-Inclán dentro del marco de sus Obras completas. Veintidós piezas editadas entre 1899 y 1930 que nos ayudan a ver el difícil camino de renovación teatral llevado a cabo por el autor gallego.
Si a don Ramón se le ha negado con frecuencia su condición de dramaturgo, también se le ha reivindicado como unos de los autores dramáticos más importantes del siglo XX. Del fecundo y rupturista periodo que inicia con la escritura de las dos primeras Comedias bárbaras y culmina con Divinas palabras (1919), a los cuatro esperpentos que edita con posterioridad donde alcanza su plenitud como dramaturgo. Al igual que en la prosa, veremos cómo Valle traslada sus obras a un terreno nuevo, desdeña los límites y juega con los conceptos genéricos y las formas. Sus textos, pues, son literatura dramática que como nos señala Santos Zas en su prolijo prólogo: “debía ser leído y quería ser representado”.
En este volumen se reúnen obras en prosa y en verso que abarcan los quince primeros años de su labor como dramaturgo y concluyen con la llamada “crisis teatral” de 1914, que aparta a Valle de los circuitos comerciales a raíz de su ruptura con las compañías más importantes del país. Las exigencias de los empresarios, el mal gusto de un público corrompido por el melodrama y la “comedia ñoña” son obstáculos infranqueables respecto a su defensa de la honradez artística. Y sin embargo, ni su actitud crítica con los contemporáneos que no entendieron su lenguaje, ni sus principios estéticos consiguen desmentir esa pasión por el teatro. De hecho, fruto de estos años de silencio, Valle saldrá fortalecido y será en la década de los años 20 cuando resurja con una etapa más creativa y revolucionaria que se ve coronada por la creación del esperpento.
Pero hay que remontarse unos años para descubrir dónde arranca su querencia por el género. Primero con su afición juvenil por Echegaray y el Tenorio y, tiempo después, afianzándose al frecuentar los ambientes teatrales madrileños; a lo que se añade su reconocida deuda con Shakespeare y su matrimonio en 1907 con la actriz Josefina Blanco.
Así veremos cómo sus primeras obras nos muestran a un Valle en busca de su propia voz. Desde Cenizas, donde reelabora a modo de collage distintos materiales propios y ajenos y nos traslada la pasión de una mujer casada por un hombre más joven que ella, a El Marqués de Bradomín, que sigue la misma técnica compositiva de la anterior, o El Yermo de las Almas (1908), muy afín a Cenizas pero independiente porque ya evidencia en su forma a un dramaturgo en camino de experimentación formal.
Como hemos señalado, el proceso rupturista de Valle en 1919 tiene sus raíces mucho antes, con la escritura de las dos primeras Comedias bárbaras. ¿Son Águila de Blasón y Romance de Lobos novelas dialogadas? ¿Podríamos considerar Cara de Plata como teatro para leer? En cualquier caso, nos encontramos ante un género sin precedentes, con acotaciones que rezuman poesía y un marcado carácter idealista, cuyo protagonista, don Juan Manuel Montenegro, nos remite al mito de Don Juan y al fatalismo de un mundo que agoniza.
Y tras las Comedias bárbaras concluye el tomo con el teatro poético publicado entre 1910 y 1914, que se inicia con el simbolismo de Cuento de Abril (donde Valle nos traslada hasta el idealismo de una corte medieval), continúa con las tragedias El Embrujado y Voces de Gesta. Para terminar con farsas, como La Marquesa Rosalinda, que marcan la transición hacia unas formas nuevas donde se siente el peso de lo grotesco y la caricatura. El cénit, sin duda, se alcanzará con La Cabeza del Dragón, broche del presente volumen y auténtica bisagra entre el simbolismo y el expresionismo de Valle.
No hay comentarios:
Publicar un comentario