DIARIO
IMAGINARIO DE LA MUJER TIGRE
Autora: María Zaragoza
Editorial: Cazador de Ratas
Nº de páginas: 176
Por
Eduardo Cruz Acillona
Cuenta María Zaragoza que, cuando era
pequeña, recibió un curioso regalo procedente de Asia: unas zapatillas con la
cabeza de un tigre en la puntera. Desde aquel momento, ese regalo se convirtió
en algo más que una simple prenda de vestir para andar por casa. El tigre era
su amigo, su cómplice, su aliado, su defensor. Si cometía alguna trastada, la
culpa siempre era del tigre. Si tenía que compartir un secreto o resolver una
imperiosa duda, ahí estaba el tigre…
María Zaragoza y el tigre crecieron
juntos. El tigre la protege. El tigre asume responsabilidades y fracasos. El
tigre, generoso, cede éxitos y parabienes. El tigre es un hermano mayor, un
escudo protector, la cara oculta del espejo, la excusa perfecta para seguir
mirando hacia adelante. Llega un momento en que la mujer y el tigre son uno. Y
escriben un diario…
Se trata de un diario que carece de
referencias temporales. No sabemos si las cosas suceden en días o en años. Así,
si a un diario le privas del elemento “tiempo”, ¿en qué se convierte? Y es que
para la mujer tigre, el tiempo carece de valor. “Qué manía la de asignarle al
tiempo propiedades que no tiene” (pág. 59). Y, lo que es peor, “…en realidad,
el tiempo no cambia las cosas sino que las estropea” (pág. 118).
María Zaragoza adopta al tigre para
que cuide y reemplace su yo más dubitativo, más inseguro: “He observado mi
fragilidad y la he hecho tigre” (pág. 36) Porque el tigre es, “por definición,
un animal eficaz: todo lo resuelve” (pág. 38)
Pero lo que consigue es el efecto
contrario: “Me dicen que soy una mujer peligrosa y yo supongo que es por el
tigre” (pág. 23)
Para María Zaragoza, el tigre es “…mi
parte dominante y manifiesta, mi parte sin miedo, sincera, abierta, esa parte
de mí fuerte que asusta…” (pág. 44)
Quien haya leído la obra de la autora descubrirá
aquí una nueva y muy interesante cara de su perfil biobibliográfico. Un perfil
inédito, atrevido, sincero. Nadie sabe si conquistando la confesión, bordeando
la autoficción o bordando la prosa poética. ¿Y qué más da? Nadie, salvo los
propios protagonistas del mismo, se plantea el circo como una foto de familia
sino como un fantástico espectáculo donde equilibristas, magos, funambulistas,
payasos, domadores y tigres forman un heterogéneo y armonioso conjunto con
sentido propio. Así la vida.
Gracias al tigre, “Sólo sé que soy
distinta. He cambiado, he muerto y puede que haya resucitado” (pág. 93) “Ya no
soy una niña. Pero nunca nadie se da cuenta de nada” (pág. 95)
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