Los notables avances que la ciencia ha realizado en el siglo XX llevaron a muchos a sostener la tesis según la cual la ciencia ha terminado. El "fin de la ciencia" -para utilizar una expresión que se ha popularizado- sería consecuencia, justamente, de su éxito: nada verdaderamente importante quedaría por descubrir después de la mecánica cuántica, la relatividad, el big bang o la biología evolutiva. En Un universo diferente, el Premio Nobel de Física Robert B. Laughlin sostiene que no sólo no hemos llegado al fin de la ciencia, sino que ni siquiera estamos cerca. La única frontera que hemos alcanzado, dice el autor, es la de un cierto tipo de pensamiento reduccionista. Si, en lugar de buscar teorías últimas o definitivas -afirma Laughlin- observamos el mundo de las propiedades emergentes -es decir, las propiedades que surgen de la organización de grandes cantidades de átomos-, los misterios más indescifrables se vuelven comprensibles.
Robert Betts Laughlin (Visalia, California, 1950). Estudió física en la Universidad de California en Berkeley, donde se graduó en 1972, y obtuvo su doctorado en el Instituto de Tecnología de Massachussets en 1979. Fue investigador en los Laboratorios Bell (1979-1981) y en el Lawrence Livermore National Laboratory (1981-1982); se incorporó como profesor de física a la Universidad de Stanford en 1985. Laughlin recibió en 1989 el Premio Nobel de Física (compartido con Daniel C. Tsui y Horst Störmer) "por el descubrimiento de una nueva forma de fluido cuantico con excitaciones fraccionalmente cargadas". En su trabajo como físico teórico, Laughlin relaciona áreas tan dispares como la del plegamiento de las proteínas y la de la superconductividad de altas temperaturas.
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Mercè Rivas Torres
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