Al borde de la decencia. Relatos breves para adultos
Pocas veces la escritura transgrede los límites de su condición intempestiva, desplazada, postrera…, para revelarse como personaje, para “tomar cuerpo” y hablar sobre sí desde el propio lenguaje; como si al incorporarse en tanto protagonista de un texto cobrara un nuevo sentido y una nueva forma activa de ser y de hablar. Gesto insólito y difícil, pero poseedor de una extraña potencia: la capacidad indescifrable de ofrecer una curiosa materialidad o un extraño espesor del lenguaje expuestos desde sí y para sí. Si se acepta que el lenguaje ocupa esa zona gris entre el mundo, los seres y los acontecimientos, sin agotarse en ninguno de estos tres planos más allá de su función primaria como intersección que los roza, los atraviesa, los conecta o los separa, entonces hay que aceptar las dificultades que conlleva lograr que el lenguaje se incorpore, advenga a la vida como sustancia y no solo como médium, como personaje y no como pura relación. Es por eso que, cuando la escritura deviene protagonista –escenario y espectadora de sí misma–, algo extraño pasa a enunciar el verbo, se alteran las condiciones del horizonte del mundo, se escucha una “voz nueva”, nacen otros seres o se vislumbran acontecimientos que sobrepasan los límites de lo habitual. Tal vez no esté lejano el día en que los escritores puedan descender de ese lugar “soberano” del poder de autor para permitir que sea el puro lenguaje quien hable en su lugar, quien los conduzca realmente a un campo de expresión que no se encuentre gobernado por su irrisoria autosuficiencia. La verdadera tarea de escribir –hay que reconocerlo de una vez por todas– reside en el proyecto vital de Virginia Wolf y su estrategia de convertirse en medio expresivo para dejar salir las voces del mundo a través de un verbo liberado del autor. Deponer la pretenciosa voluntad de dominio absoluto sobre el lenguaje, para que sea él quien “hable” no solo “al autor sino al mundo”, es una premisa que permanece como reto indeclinable para toda escritura. De todas formas el autor –por más que no lo quiera– “es hablado” por su escritura, como lo observaron bien las escuelas estructuralistas. Pero es necesario ir más lejos, hay que alcanzar ese extraordinario umbral donde el lenguaje hable por el lenguaje y para el lenguaje. Valor inmenso de la experimentación literaria, donde no es siempre y exclusivamente el autor quien habla, sino que es el lenguaje quien pone a hablar y actuar y sentir al autor cuando la escritura se convierte en el centro de irradiación de los acontecimientos. Esta parece ser una de las obsesiones de Nery Santos Gómez, algunos de cuyos relatos tienen a la escritura per secomo protagonista elemental pero capaz de movilizar fuerzas y generar afecciones. Así ocurre con los relatos donde, tanto escritora como escritor, parecen sustraídos y arrastrados por la palabra hacia senderos que los convierten en otros, los expulsan de su cotidianidad, los conducen a algo nuevo. En varios de sus relatos se asiste a diversas aventuras del lenguaje donde la escritura alcanza la capacidad de conectar indisolublemente a amantes que se escriben incansablemente pero nunca se encuentran; niños que escriben desde muy pequeños con la sopa de letras pero no logran entender metáforas ni afectos porque se han convertido en puro lenguaje. La gestación de la escritura también es materia de expresión en estos relatos, donde quien escribe pone en juego recursos misteriosos para entrar en el lenguaje y no salir de nuevo, para encerrarse en la palabra como nido, como mundo: cartas, revelaciones funestas, testimonios y testamentos, narraciones escuchadas, correos, inspiraciones…, revelan el sortilegio de palabras capaces de alterar el curso del mundo, contemplar el nacimiento del autor, su postergación o su ocultamiento irremediable, exponer la creación maravillosa de un ser humano por medio de palabras, o constatar el increíble poder transformador e indeclinable de la escritura. En efecto, escritura-personaje, escritura-piel, escritura encarnada, revelación sorprendente de las fuerzas enigmáticas que se encuentran detrás del verbo y que se dicen a sí mismas más allá del autor, del libro y del mundo. Pero si el lenguaje se revela como piel o campo sensible en esta autora, los cuerpos a su vez parecen cubrir las palabras con un manto de desnudez en la sombra, como caricias de viento, como tejidos entre la voz y la piel… La relación lenguaje-cuerpo no deja de insinuarse en la cadencia pasional de sus relatos, en una lucha incesante por triunfar sobre las espinas de la incertidumbre, sobre las fiebres del deseo, sobre los frutos prohibidos de la norma. Lenguaje liberado y cuerpos en rebelión, dos temáticas que surcan esta escritura anclada en tensiones tan arduas como definitivas.
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