Mi alma de triple nacionalidad ha encontrado por fin un hogar: la literatura rusa (dice Korolenko en sus memorias).
Presentamos la novedad de Barataria, El músico ciego, de Vladímir Korolenko.
Korolenko, fue un activo escritor y periodista que llevó a cabo numerosas campañas contra el abuso de poder, defensor de ideas «populistas», de temperamento luchador a favor de las causas sociales, participó activamente en la defensa de los judíos acusados de asesinato ritual en 1895, mantuvo una dura oposición a las leyes militares y a la pena de muerte. Tras el golpe de estado bolchevique, a través de su correspondencia con Anatoli Vasílievich Lunacharski, advirtió del peligro al que se exponía la cultura con el destructivo movimiento revolucionario.
Entre sus obras más conocidas pueden citarse: El sueño de Makar, El Bosque susurra, Sin lengua (Barataria, 2011) y las memorias Historia de uno de mis contemporáneos.
La naturaleza de Korolenko es verdaderamente poética. Alrededor de su cuna se formó la densa atmósfera de la superstición. No la superstición corrompida de la decadencia urbana del espiritismo, la adivinación y la Ciencia Cristiana, sino la superstición ingenua del folklore: pura y aromatizada de especias como los vientos que recorren las llanuras ucranianas, y los millones de iris silvestres, milenramas y salvias que crecen entre la hierba. La atmósfera encantada de los cuartos de la servidumbre y de los niños de la casa paterna de Korolenko no distaba mucho del país de las hadas de Gogol, con sus enanos y brujas y su fantasma pagano de Navidad (Rosa Luxemburgo).
Como artista de la palabra, Korolenko fue epígono de Turguénev y maestro de Gorki.
El público al sur de Rusia adora las melodías de su tierra, pero incluso aquel gentío de feriantes de diversas regiones quedó enseguida fascinado por la profunda naturalidad de la música. El amor a la naturaleza de su país y un nexo original con las fuentes directas de la melodía popular se reflejaron en la ejecución improvisada por el músico ciego. Llena de color, ágil y enérgica, la música se vertía en un raudal sonoro que se elevaba como un himno épico o se dilataba como un canto lírico y nostálgico. Unas veces parecía que una tormenta tronaba en los cielos rodando por los inmensos espacios; otras, que el viento estepario susurraba en la hierba de un túmulo para despertar vagas evocaciones del pasado.
Una de las narraciones más encantadoras de Korolenko y una de las más apropiadas para entender su bondad innata. La historia lineal y sencilla de un ciego de nacimiento, el desarrollo de su alma, su gradual adaptación a la vida y su encuentro con la música, primero a través de la flauta de un campesino que toca las melódicas canciones ucranianas, y más tarde por medio del piano en el que el ciego interpreta las armonías y las melodías que le llegan de la naturaleza y que su extrema sensibilidad auditiva sabe recoger.
Los momentos en que Korolenko describe la doble revelación de la música, primero al niño que la asimila pasivamente y luego al hombre que la crea y la trasmite, son de una intensidad insuperable. Y no lo son menos los restantes personajes, como el viejo cojo Maxim, voluntario entre las tropas de Garibaldi, maestro y mentor del niño ciego, empeñado en desterrar en él la autocompasión y convertirla en generosa y creativa piedad por el sufrimiento ajeno. Y son precisamente el amor por una muchacha y la piedad por sus compañeros ciegos obligados a vagar mendigando por los caminos los dos poderosos resortes que lo convierten en un creador. Korolenko definió su historia como «la pasión de un alma por alcanzar la luz».
No hay comentarios:
Publicar un comentario