Tambor de arranque
Autor.- Francisco Bitar
Editorial Candaya
Nº Páginas.- 112
Por José de María Romero Barea
En la novela Tambor de arranque (Editorial Candaya, 2015), los personajes habitan
el intricado paisaje claustrofóbico de los suburbios, atrapados en la miseria
de las aspiraciones fallidas y la cobardía personal. “Desde el sillón Leo pudo
escuchar cómo Andrea le gritaba a su mujer (…) En la pantalla, la imagen estaba
suspendida en un mundo que giraba silencioso sobre su propio eje”. Sus
desgracias son banales: “No habíamos ahorrado un año entero para comprar un
auto; queríamos una cama (…) uno de esos acolchados de colores que hacen pensar
a quien se acuesta en un mundo feliz”; sus tragedias, como sus vidas, son íntimas:
“Yo apagué el motor. El auto quedó en silencio y tuve la impresión de que el
pueblo también”. Su autor, Francisco Bitar (Santa Fe, Argentina, 1981), no nos ofrece
consuelo a través de la redención. Al contrario, su novela se construye en
torno a la parte más vulnerable de la pesadilla, el mundo distópico que ocupa,
misteriosamente, el lugar del paraíso prometido.
A pesar de su aparente
sencillez, Tambor es una devastadora denuncia.
Los personajes deambulan por un desierto emocional, deseando algo que son
incapaces de lograr: “Leo estira la mano hasta los puchos; ese es su único
movimiento durante lo que podríamos llamar la mañana, la porción del día
anterior al almuerzo”. Atrapados en la apatía, sus vidas temporales se han
convertido en permanentes: “Leo mira los restos de papel carbonizado que
tiemblan sobre las baldosas”. Todo les resulta banal: “La bici queda tumbada.
El oleaje del río cubre y descubre el asiento”. Sus existencias, de por sí ínfimas,
menguan víctimas de la abulia: “Tomaba. Servía otro. Abría la puerta del congelador.
Creía haber traído una cubetera de la casa de su exmujer. Pero capaz no. Capaz
eso también había quedado allá”. Todos fuman, beben y argumentan en exceso.
Todos son invariablemente infelices.
No hay lugar en Tambor
para la fabulación lúdica y tramposa; Bitar es realista por naturaleza, heredero
del estilo seco y conciso de Hemingway, del turbio minimalismo de Carver. Pero Bitar
posee algo más: una especie de transparencia, casi una translucidez, que debe
más a Fitzgerald que a los anteriores. Al igual que el autor de El Gran Gatsby, Bitar respeta el rigor del
estilo, el dictum jamesiano de la
brevedad y la iluminación. Sus
personajes sueñan con vivir vidas más auténticas: “Isa estaba dormida esa noche
pero (…) la canilla del baño no paraba de gotear. Era lo único en toda la casa
que seguía con vida”. Rara vez consiguen sus sueños, y cuando lo hacen, sus fallas
inherentes impiden cualquier posibilidad de satisfacción: “El tipo metió la
bolsa en el Renault. Salieron a toda velocidad y la calle quedó en silencio.
Mucho tiempo después volví a escuchar la gota”.
Autor de los libros de
poemas Negativos (2007), El Olimpo (2009), Ropa vieja: la muerte de una estrella (2011) y The Volturno Poems (2015); los libros de cuentos Luces de Navidad (2014) y Acá había un río (2015); la crónica Historia oral de la cerveza (2015), Francisco
Bitar recibió en el 2012 el premio Ciudad de Rosario por Tambor de arranque, donde se diría que la veracidad lo es todo; aun
cuando, por fin, todo lo que queda es pensamiento atrofiado y esperanza
marchita, el autor vuelve hacia esos restos un ojo implacable. En manos de un
escritor menor, el resultado sería mórbido y deprimente. Hay algo edificante en
la búsqueda de honestidad que lleva a cabo el argentino: para él, escribir es llorar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario