Nos gusta una historia, escribió Jean Renoir, porque nos gusta el que la cuenta. La misma historia contada por otro no ofrece ningún interés». Lo que puede resumirse en dos palabras: en el arte lo único que cuenta es la forma. Y eso nos pasa con Delibes, que si amamos sus historias es porque nos gusta quién nos las cuenta y cómo lo hace. La clave de esa fascinación no está tanto en la oportunidad o el rigor de lo que nos dice sino en el inesperado lirismo de su prosa. Al contrario que la mayor parte de la llamada literatura realista, que obliga al lenguaje a transmitir informaciones y producir sentido, la palabra en los libros de Delibes es puro disfrute, búsqueda del asombro. No es un canto exaltador de lo real, sino como Ramón Gaya dijo de Velázquez, «el claro homenaje a un centro misterioso que la realidad lleva en sí pero que no es ella». Los textos y las fotografías de este libro han querido acercarse a ese centro misterioso de la obra de Delibes. No es la Castilla real la que aparece en ellos sino la soñada. La comarca donde viven sus pájaros y sus niños. Son ellos los que nos dicen que en el corazón de lo real viven siempre los sueños. |
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