El libro de la
almohada.
Sei Shonagon
Alianza, Madrid,
2015.
Nº Páginas.- 200
por Ricardo Martínez
http://www.ricardomartinez-conde.es/
La
palabra almohada, que recoge la etimología de mejilla en árabe, viene a
decirnos que hay en su significado una cierta relación de contigüidad, de
intimidad –sin forzar en exceso la metonimia- y de ahí esta entrañable
narración reflexiva, deliberada y personal, donde con un lenguaje limpio y
claro, de una ordenada sencillez, se nos va conduciendo por tantos y tantos
hechos, lugares humanamente comunes, expresiones y vivencias de la
cotidianeidad de una corte imperial de hace más de diez siglos. Y su vigencia
sigue siendo extraordinaria.
Por
ejemplo, en el apartado 61 de las confidencias que recoge el libro, en el pasaje
‘Cosas que uno tiene prisa de ver o de saber…’ podemos encontrarnos con algunos
casos bien expresivos: “Telas que se han teñido enrolladas, matices desparejos
y todas las formas de teñido desparejo” Pero también –tómese, en ocasiones, la
exposición como un comentario personal casi susurrante: “Cuando una mujer ha
dado a luz, uno quiere saber si es varón o mujer” Y aún más motivos por
desvelar la natural curiosidad con una
cierta prisa: “Por la mañana temprano del primer día del período de
nombramientos oficiales, uno está ansioso por oír si cierto conocido será
nombrado gobernador” En fin, ¿cómo no estar ansiosa por conocer “una carta del
hombre que una quiere?
Así
toda una fecunda y extraordinariamente diletante y gozosa relación de noticias,
de aconteceres, de posibilidades que la realidad puede deparar a cualquiera de
nosotros que desee desentrañar, con desvelada curiosidad, lo que le ha acontecido.
Todo un primor de fru-fru y de cuento,
de sugerencias y menudencias de esas que alimentan la sana necesidad de saber
qué nos atañe y cómo. “Las cartas son triviales, pero pueden ser espléndidas.
Cuando alguien está en una provincia lejana y uno se preocupa por él y de
pronto llega una carta, uno siente como si estuviera viéndolo cara a cara”
(confidencia 86)
El
texto, hilvanando este desarrollo sutil de la realidad diaria es, ciertamente,
una invitación implícita a la lectura, por cuanto es difícil que de alguno de
los comentarios surgidos de tanta posible alusión a lo que son comúnmente los
sentimientos personales no haya algo que llame de cerca a nuestro interés. Y
su propia procedencia justifica la
pasión lectora, digamos, tal como se nos explica en la nota introductoria:
“escrito por Sei Shonagan, dama de la corte de la emperatriz Sadako (he aquí
una de las primicias de la condición de confidencia e intriga) en el Japón del
siglo X”
Este
fecundo, sonriente casi, detallado y minucioso testimonio lo ha dejado una
mujer inteligente y con capacidad de introspección, lo ha hecho en la intimidad
del contacto más directo con una realidad rica y concreta, la de la corte –sin
previsión o voluntad de publicación- y proviene de un escenario donde es
infrecuente la narración escrita. He ahí, pues, que pueda considerarse un
regalo para los sentidos, más si tales vivencias individuales nos llegan bajo una
traducción que firman, al alimón, el sutil Borges y su dama oriental, María Kodama.
¿Se
imaginan un texto así nacido en el serrallo donde la culta y bella narradora
fuese una de las concubinas del sultán? Por ejemplo. De darse el caso, todo
lector resultaría más culto al concluir la lectura, tal vez más inteligente por
la instrucción recibida y, muy probablemente, con un sentido del humor más
afinado.
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