Los pasos perdidos es el nombre popular del gran salón central del edificio del Palacio de Justicia de Barcelona y tiene un desván invisible, en el que se almacenan miles de historias que se van acumulando año tras año y a veces olvidando hasta que alguien las rescata, las desempolva y las devuelve de una memoria extraviada.
Santiago Tarín, es periodista y ha trabajado para Radio Nacional, Cadena Ser, Agencia EFE y la Vanguardia entre otros. Durante toda su carrera pasó horas en los pasos perdidos y mantuvo charlas con jueces, fiscales, abogados, policías, víctimas y delincuentes, donde afloraban los aspectos que no se recogen en los documentos oficiales: la verdadera sustancia del relato, su esencia humana.
Un puñado de historias que no salen en los libros de texto, pero que forman parte de nuestra memoria colectiva, contribuyen a explicar un tiempo, una ciudad y un país. Escriben la contraportada de los relatos históricos, las narraciones de la vida cotidiana en su vertiente más oscura y, al mismo tiempo, nos cuentan cómo éramos, qué vicios teníamos o cómo nos divertíamos. Son la otra cara de una misma moneda. Historias de desalmados, de gente sin conciencia, de delincuentes desaparecidos y de truhanes de otras épocas. Algunos están pintados en el blanco y negro, otros ya se definen en color; hay entre ellos personajes peculiares, estafadores poetas, fotógrafos que captaron la esencia de la marginalidad o pillos propios de las mejores comedias.
Tal vez no son los más conocidos, incluso son inesperados, pero todos son singulares por sus circunstancias. Una buena historia no precisa de una pila de cadáveres para ser interesante, sino de protagonistas originales o particularidades que la hacen única. Entre esta fauna despiadada también hay criminales que lo fueron por azar o por la desdicha de unos momentos inclementes. En ellos anidó la desesperación, la incomprensión, la tristeza, la rabia o el desarraigo. |
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