«Como los romanos de Obélix, los escritores estamos locos. No solo porque el nuestro es uno de los oficios donde el esfuerzo está peor recompensado, fiscalmente está desprotegido y, salvo contadas excepciones, produce ingresos irregulares que apenas dan para vivir. Ni porque hay que estar muy loco para escribir libros en un país con tan pocos lectores como el nuestro. Si no porque necesitamos estar locos para hacer soñar a otros, para construir mundos que no existen, para ponernos en la piel de un asesino o para describir amores imposibles sin haberlos vivido.
Pero si necesitas contar historias, si llevas en la sangre ese veneno tan ancestral como la propia humanidad, si al escribir consigues que la realidad parezca un lugar más habitable, si escribir te ayuda a conocerte mejor, a explorar los recovecos de tu alma, entonces agradecerás estar loco.
Pero aunque creas tener talento para la escritura, no deberías apostarlo todo a esa carta. No te encomiendes a las Musas, creyendo que ellas se encargarán de todo. Tengas o no talento, antes de escribir una novela debes conocer los mecanismos con los que se construyen las historias. El talento, sin una técnica que lo guíe, es como un río que se desborda, como un caballo envuelto en llamas que cabalga sin rumbo.»
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