««Ya desde pequeño cuando miraba un mapa siempre iba a la búsqueda de una isla.»
«Me dejé llevar por una fantasía: observando el rostro de un desconocido cualquiera, en la calle, en un café o en un lugar muy concurrido, es posible construir una historia sobre un fragmento de su vida.»
«Nació para observar el mundo con asombro», escribe Sait Faik Abasıyanık sobre uno de sus muchos dobles que aparecen en estas historias, «asombrarse sin entender nada. Andar por las calles, ver y no ver lo que hace la gente». Un flâneur incorregible: así era Sait Faik Abasıyanık, uno de los más grandes escritores turcos del siglo XX. Tras estudios irregulares, un puñado de años en Francia, débiles intentos, siempre infructuosos, de resignarse a cualquier profesión, el holgazán ávido de «amar a la gente» no hizo más que sumergirse en la bulliciosa y miserable existencia de los cosmopolitas barrios de Estambul, y observar con avidez, con los ojos siempre un poco brillantes debido al exceso de rakı, no solo a los seres humanos —en particular, le atraen ciertos «chicos de la vida», aunque casi nunca encuentra el valor para acercarse a ellos— sino también a los perros, los pájaros, los peces, el cielo, el mar, los tranvías, las barcazas, los taxis…Aquí es donde, entre tabernas, prostíbulos, pastelerías y pequeños hoteles, deambula y bebe a lo largo de su corta vida, hasta que muere de cirrosis hepática a la edad de cuarenta y ocho años. Sin embargo, este holgazán irreductible se las arregló para seguir su vocación literaria con una tenacidad indomable y trazar en sus historias, pincelada tras pincelada, un fresco lírico y conmovedor de la Estambul de la primera mitad del siglo xx.
Sait Faik Abasıyanık (1906-1954) marcó un momento fascinante en la cultura turca durante las décadas de 1930 y 1940, cuando la sensibilidad secular posotomana planteó nuevas exigencias literarias. Tanto críticos como lectores le consideran su mejor cuentista, el Chéjov turco. Su escritura es extraordinariamente poética: si bien Sait Faik era un poeta talentoso, prefirió la forma narrativa sin abandonar el lirismo que impregna sus historias. Al igual que Chéjov, los personajes de Sait Faik cobran vida en la página: nos encontramos con pescadores armenios, sacerdotes ortodoxos griegos y con los derrotados con sus complicadas emociones, pensamientos y condiciones. Ningún personaje permanece común u ordinario; una vez que entran en las historias de Sait Faik, su mirada penetrante los transforma en seres únicos.
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