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viernes, 14 de octubre de 2022

76.- Día Internacional del Perezoso

 

Este próximo 15 de octubre se celebra el Día Internacional del Perezoso. También se celebra el Día Mundial del Lavado de Manos y el Día Mundial del Bastón Blanco, pero esos no nos ocupan ahora. El perezoso es un mamífero placentario emparentado con el oso hormiguero y el armadillo, y es también el símbolo de Costa Rica. Nosotros, como mamíferos, también somos perezosos (aunque unos más que otros). Por ello, hoy queremos rendir un pequeño homenaje a nuestros perezosos particulares: personajes que prefieren el no hacer a la acción, el tedio a la producción, el dormir al vivir. 

«Preferiría no hacerlo» (I would rather not to) es la famosa contestación que da el nuevo escribiente recién incorporado a la oficina en el relato Bartleby, el escribiente de Herman Melville al narrador de la historia cuando éste le ordena un nuevo encargo. «Con voz singularmente apacible y firme» este gran perezoso de la historia de la literatura sienta las bases para nuestra indolencia contemporánea.  

También hay remolones en el mundo de la neurobiología, y así, en Alabanza de la lentitud, el neurobiólogo Lamberto Maffei reivindica abandonar la acción, el pensamiento rápido y la inmediatez de la comunicación visual y abrazar el ocio, en su sentido original: «El latín otium, literalmente "ocio", se contrapone al término negotium, “no ocio”, entendido como actividad laboral. Aunque con el tiempo el término se ha convertido en un sinónimo de pereza o inercia, el ocio no siempre se interpretó en clave negativa, ni se asoció a los peores vicios cuyo padre acabaría siendo, sino que se entendía como un tiempo libre para reflexionar, para estudiar, para pensar». La falta de acción se entiende como un momento fértil para el pensamiento, tan necesario como escaso en nuestros días.  

Y, de igual manera, es el aburrimiento una forma desviada de la pereza. Que, además, no es mala. O sí, porque duele. Pero es buena, porque nos conviene. Al fin, todo dolor señala que algo no va bien, y nos da una oportunidad para remediarlo. Nos lo cuenta Josefa Ros en La enfermedad del aburrimiento, diciéndonos que el aburrimiento es funcional, porque genera en nosotros una reacción, «despierta nuestra curiosidad por lo que tenemos delante y lo que está ausente, los posibles». Grandes pensadores de la historia, de hecho, como Cioran, consideraban que ha sido el aburrimiento el motor del mundo.

Sabían mucho de aburrirse los bohemios franceses de finales s.XIX. Su angustia vital tomó la forma de la melancolía sin causa definida a la que el poeta Charles Baudelaire llamaría spleen. En sus pequeños poemas en prosa contenidos en El esplín de París, el escritor realiza descripciones simbólicas de la ciudad y nos habla de la soledad, del horror al paso del tiempo, la aversión contra la hipocresía que domina la sociedad y el deseo de infinito. Expresa especialmente bien Baudelaire la pereza apática de la ciudad en su poema “La Bella Dorotea”; dice así: «El mundo estupefacto se abate indolente y se echa la siesta, una siesta que es como una especie de muerte sabrosa en la que el durmiente, medio despierto, saborea las voluptuosidades de su aniquilamiento». 

En ocasiones, no obstante, el dolor de vivir se transforma en una patología, y puede aparecer la depresión. Un dolor que no se puede erradicar, pero sí aliviar. A pesar de sus enigmas, ya no cabe duda, nos informa Jonathan Sadowsky en su libro El imperio de la depresión, de que la depresión tiene dos dimensiones: una biológica y otra psicológica y que por eso los tratamientos físicos y la psicoterapia deben ir de la mano. La depresión es un tema complejo, pero ya los médicos que diagnosticaron en su momento la melancolía sabían que mente y cuerpo se influyen constantemente el uno al otro. ¿En qué momento perdimos esa lucidez?, se pregunta Sadowsky en su libro. Recuperémosla, pues.

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