HORACIO CASTELLANOS MOYA |
Erasmo Aragón sufre un abrupto cambio de vida al quedarse sin trabajo tras ser falsamente acusado de abuso sexual. La tensión que este incidente genera lo lleva a enterrar sus recuerdos. Sometido por los ansiolíticos, deja atrás la persona desinhibida que fue y se transforma en un ser torturado por la paranoia y en permanente estado de alerta. Durante el redescubrimiento de sí mismo conocerá a Joselin, enfermera que trabaja en la clínica psiquiátrica que sigue su tratamiento y a quien se aferrará como a un clavo ardiendo. Para cortar cualquier conexión con su pasado, Erasmo inicia junto a ella, en Suecia, una nueva vida que se verá sepultada por un alud de insatisfacción y dependencia. En esta breve pero intensa novela, Horacio Castellanos Moya aborda uno de los temas centrales de su obra: el desarraigo que supone para las personas de varias regiones de Latinoamérica los conflictos allí existentes: personas a quienes la vida les ha sido negada; condenadas, de forma irremediable, a vagar por el mundo. Erasmo Aragón da voz a aquellos que habitan entre dos aguas, con un pie en su patria y el otro en países que les resultan hostiles: mientras tratan de mantener cierto equilibrio, la certeza de un hogar se les escapa de las manos. « Entregó las llaves. Y lo despidieron, con esa cortesía tan correcta, como se despide a un apestado. Él mantuvo la mueca de una sonrisa, como si nada hubiese sucedido, aunque tuviera ganas de llorar o de insultarlos. Nada le dijo a Josefin sobre la humillación y la rabia; tampoco le contó que esa misma mañana había sacado sus ahorros del banco, dos mil ochocientos cincuenta y cinco dólares que llevaba pegados a su cintura en un cinturón blanco de seguridad, porque temía que las autoridades reactivaran la causa en su contra y le fueran a congelar la cuenta, aunque se tratara de una cantidad miserable. Y no se lo dijo porque, luego de llamarla para concertar la cita, había sufrido un ataque de pánico: lo asaltó el miedo de que Josefin fuera una informante destacada para hacerlo irse de la lengua, para conocer sus planes; de otra forma le resultaba imposible explicarse el interés y las atenciones. Pero una vez que el ataque pasó, quedó en la agitación y el remordimiento, porque Caridad y Josefin eran las dos únicas personas que se mostraban preocupadas por su situación y más le valía confiar en ellas si quería salir adelante». |
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