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martes, 25 de febrero de 2020

127.- Pere Cervantes presenta EL CHICO DE LAS BOBINAS





BARCELONA, 1945. UNA CIUDAD LLENA DE AMENAZAS
UN CONMOVEDOR THRILLER DE ESPIONAJE Y REPRESIÓN POLÍTICA EN TORNO AL SÉPTIMO ARTE
UN HOMENAJE A LAS MUJERES QUE ENSEÑARON AL MUNDO CÓMO SOBREVIVIR


“Barcelona, la ciudad de los cines cerrados, merecía una novela que los hiciera resucitar. Y eso es justamente el propósito de El chico de las bobinas, un homenaje a esos cines de barrio que tantos corazones heridos curó durante la posguerra. Una cuenta pendiente de las palabras con las imágenes. La tristeza que me invadía cada vez que una sala de cine cerraba definitivamente, me llevó a querer escribir El chico de las bobinas, un thriller histórico ubicado en unos años donde el dolor por lo perdido se mitiga bajo la luz de un proyector.”
En una Barcelona de claroscuros, El chico de las bobinas nos habla de la fortaleza de esas mujeres, víctimas de la guerra, que enseñaron al mundo a cómo sobrevivir, de esas salas de cine de barrio que permitieron soñar en los años de plomo y se convirtieron en refugio de infancias maltrechas y de tristezas concretas, y todo ello ubicado en un tiempo determinado y sin embargo tan universal.

AGENDA DE PRENSA MARZO

VIERNES 6 BARCELONA
RUEDA DE PRENSA CINES BOLICHE
A las 11 horas, Av. Diagonal, 508.

MIÉRCOLES 11 BILBAO

JUEVES 26 VALENCIA



UN HOMENAJE AL CINE DESDE LA LITERATURA

Mucho más que el eje de una trama de intriga y espionaje en la posguerra, el séptimo arte es el objeto del apasionado homenaje que rinde Pere Cervantes con El chico de las bobinas a esa fábrica de sueños que se convirtió en la verdadera fuente de la educación sentimental de toda una generación. Además de constituir el único refugio luminoso del que disponían aquellos chavales de las décadas de los años 40 y 50 a las durísimas inclemencias de la posguerra. Ese explícito canto de amor al cine en la novela toma cuerpo en un puñado de cintas inolvidables como La diligencia de John Ford, Gilda de Charles Vidor, El mago de Oz Murieron con las botas puestas, entre otras. Pero especialmente en la versión clásica de Ana Karenina, interpretada por Greta Garbo y dirigida por Clarence Brown para la Metro Goldwyn Mayer, que se estrenó en España en 1936, en cuya voz en off de doblaje Nil encontrará quizá alguna respuesta.

“¿Cómo agradecer en menos de tres minutos todo lo que mi familia me ha dado? ¿Cómo contar que el cine fue ese refugio en el que niños como Nil conservaron en plena posguerra un retazo de su infancia? Y qué decir de aquellas mujeres taciturnas que eligieron de manera forzosa convertirse en supervivientes. Me dirijo al escenario entre vítores y rostros que no alcanzo a ver”.

En todo caso, el gran acierto de Pere Cervantes en la novela es el de convertir esa metáfora del cine como refugio de los sueños en la dura posguerra en una realidad. De la mano del proyeccionista y gran amigo Bernardo Mas, Nil descubrirá en un oculto pasaje del barrio de Sant Antoni la pequeña librería La Gran Mentira de Leo González, dedicada al séptimo arte, en cuyos sótanos un círculo de cinéfilos republicanos mantienen viva la llama del cine con una sala de proyecciones clandestina. Un verdadero refugio de los sueños, libre de la censura franquista, en donde le chico de las bobinas quizá también descubra el amor.

BARCELONA EN SEPIA

Más que el personaje central de un trepidante largometraje, la Barcelona de posguerra es en la prosa de Pere Cervantes un luminoso plató de rodaje a cielo abierto y en color sepia. Un decorado para la acción de la trama que sorprenderá a más de un lector, no sólo por la verosimilitud de su documentada reconstrucción histórica, sino porque se trata de un escenario vivo en todo su despliegue. Desde el portal de la calle Poeta Cabañas en el popular barrio de Poble-Sec, en cuya finca vive Nil junto a su madre Soledad, hasta el luminoso y burgués Paseo de Gràcia o el lujoso Hotel Ritz de la Gran Via, pasando por la siniestra Jefatura de la Policía Provincial de Via Laietana, sede de la temible Brigada Político-Social, o los calabozos del Castillo de Montjuïc. El recorrido de la historia atraviesa algunos emplazamientos emblemáticos de la ciudad como el ya desaparecido Bracafé de la calle Caspe, donde Quim, el compañero de aventuras de Nil, oficia de limpiabotas, o la histórica granja de chocolate con churros La Pallaresa de la calle Petritxol, donde Nil lleva a la dulce Lolita, para no mentar los estudios de doblaje de la Metro Goldwyn Mayer de la calle Mallorca. Pere Cervantes traza en El chico de las bobinas una suerte de vívido mapa emocional de una Barcelona quizá desaparecida, pero cuyas huellas aún están ahí.

“La reciente visita a aquella catedral del cine y el empeño que Bernardo había puesto en hacerlo feliz hicieron que Nil se replanteara la posibilidad de implicar a su amigo en su más reciente secreto. Si había alguien en quien confiaba, ese era él. El muchacho no se lo pensó y le mostró el cromo del actor que le había entregado el moribundo de la escalera.”

LA HEROICIDAD FEMENINA

Las primeras víctimas de la guerra en esa cruel Barcelona de cartillas de racionamiento y represaliados del franquismo fueron a la vez esas mismas mujeres de cuya fortaleza dependió la supervivencia y la reconstrucción de una sociedad rota tras la contienda. Y a todas ellas El chico de las bobinas les rinde tributo.

“Y es que las verdaderas heroínas se vendían por las esquinas del barrio chino, se convertían en estraperlistas de poca monta como ella o se dejaban las espalda y las rodillas trabajando como mulas. Pero de ellas nadie hablaba en La Vanguardia, en los bares del Poble-Sec o en los seriales de radio. La atención era para ellos, aquellos creadores y partícipes de la guerra que habían decidido convertir a las mujeres en derrotas. Hastiada de ser una de ellas, acudió a un pequeño botiquín que el señor Romagosa guardaba bajo la mesa y localizó un caja de tabletas Okal”.

La figura paradigmática es Soledad, la madre de Nil, que ha perdido a su hija pequeña y a su mejor amiga en los bombardeos, pero también a su marido tras la entrada de los Nacionales en Barcelona, porque se ha echado al monte y se ha convertido en un maqui, y, sin embargo, Soledad no se rinde. Está dispuesta a todo, incluso a quitarse la comida de la boca, por alimentar a su hijo mutilado. Incluso al estraperlo en el Borne y en el Barrio Chino, donde ocasionalmente vende café de contrabando o valorados paquetes de Luky Strike. Cuenta con la ayuda y la solidaridad del señor Romagosa, un carpintero de barrio para el que le lleva la contabilidad. Pero no todas las mujeres de posguerra tienen la misma suerte. Delfina, su vecina de rellano, emigrada gallega madre de Quim, no tiene más remedio que trabajar de fulana por las calles del Chino o hacer de pajillera en los cines de barrio con tal de alimentar a su familia.  


LA NOVELA


La falta de un brazo apenas estorba a Nil Roig, ni siquiera repara en ello. Eso no le impide al chico coger con firmeza el manillar de su bicicleta y pedalear veloz de un cine a otro. Acarrea las bobinas de aquellas inolvidables películas que se exhibían en las interminables sesiones de cine de barrio precedidas por el  NO-DO. Ese es su trabajo y el muñón es lo de menos. Quizá porque las más dolorosas mutilaciones provocadas por la aviación italiana sean internas y no visibles. La ausencia de su hermana pequeña, muerta en un bombardeo junto a la mejor amiga de su madre, Soledad Riera. O la ausencia también de su padre, David Roig, que ha huido a Francia en 1939 y se ha hecho maqui, del que no sabe si algún día volverá a ver.

En 1945, el día de su decimotercer cumpleaños, su madre Soledad, en complicidad con el proyeccionista Bernardo buen amigo del muchacho, le regala la cinta de El gran dictador de Chaplin. Pero Nil apenas puede disfrutar de esa efímera felicidad, porque un hombre agoniza en el portal de su casa en el Poble-Sec. Antes de morir el desconocido pronuncia el nombre de su padre y le entrega un misterioso cromo de un famoso actor de cine de la época, Blas Vaccaro, apodado Blas Montjuïc. Como si fuera poco, Nil consigue ver a la distancia el rostro de quien probablemente sea el asesino. Un hombre extranjero al que identifica con el rostro del actor Joseph Cotten, un villano de película, que con un gesto le amenaza con cortarle en cuello si cuenta una sola palabra.

No tarda en entrar en escena Víctor Valiente, un despiadado inspector de la Brigada Político-Social, la policía secreta del franquismo. Valiente, junto a su cruel ayudante el agente Espinosa, parece tener una motivación personal extra para resolver el caso. Pero no para encontrar al asesino que se parece al actor Joseph Cotten, un exagente de la Gestapo dedicado en la ciudad al tráfico internacional de arte fruto del expolio nazi; sino que el policía más bien se empecina en localizar, interrogar y torturar a todos aquellos que tuvieron algún contacto con la víctima. Un ciudadano francés de apellido Bernier que tal vez funcione de enlace entre los conspiradores republicanos y la resistencia francesa al otro lado de los Pirineos, los maquis liderados por Ramón Vila Capdevila, el legendario anarcosindicalista apodado Caracremada.

“El día antes el comisario había recibido en Jefatura una carta donde el empresario Hans Lutz lo citaba en el hotel Ritz. Los Aliados exigían a Franco la repatriación de quienes consideraban espías al servicio del mismísimo Hitler, y Lutz era el número veinticinco de la lista negra que habían confeccionado con sus nombres.”

A partir de allí se desata un apasionante thriller a tres bandas en el que intervienen por un lado la brutal represión del corrupto régimen franquista. Por el otro, la red de espionaje de exagentes de la Gestapo que, en complicidad con el régimen, se encarga de tanto de ocultar a jerarcas nazis en busca y captura por los Aliados tras el final de la Segunda Guerra, como de traficar con el expolio artístico nazi. Y en tercer lugar, la red clandestina de la resistencia republicana, los maquis a un lado y otro de la frontera francesa, que aún siguen combatiendo por la libertad. Y todos ellos persiguen, de algún modo, el misterioso cromo en poder de Nil, el chico de las bobinas que no cejará hasta desvelar el secreto que encierra esa pequeña estampa publicada por la histórica Editorial Bruguera.

Pere Cervantes construye una lograda y conmovedora epopeya narrativa. Una obra que conjuga a partes iguales el ritmo trepidante de la novela de misterio o el thriller de espionaje a finales de la Segunda Guerra mundial, la reconstrucción histórica de una Barcelona, implacable y cruel para los derrotados de la Guerra Civil y, a la vez, la enternecedora novela de aprendizaje en torno a un chiquillo mutilado apasionado por el cine, superviviente de una guerra, que se hace muchacho en tiempos oscuros de violencia y privaciones, pero que está dispuesto a todo por alcanzar un sueño. No en vano Pere Cervantes organiza la trama en cuatro partes, ubicadas temporalmente en los años 1945, 1947 y 1949, a medida que Nil Roig se hace mayor, para acabar la última parte, a la manera de un breve colofón de la historia, ubicada en un luminoso y entrañable futuro cercano.  

El chico de las bobinas es todo eso, pero también un canto de amor y gratitud al séptimo arte, en su versión más próxima y modesta. Un homenaje a aquellas salas de barrio que dieron refugio y cobijaron los sueños de infancia y primera juventud a toda una generación de hombres y mujeres que padecieron la dura posguerra. No en vano, en los agradecimientos, el autor le dedica la obra a Juan Marsé, y confiesa su deuda con el maestro.

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